Pioz, un enclave relevante en la historia de Guadalajara

Entre los numerosos pueblos de la llanura Alcarreña, ocupa este relato uno significativo, Pioz, situado en la zona media occidental de Guadalajara y que se constituye en frontera de esta provincia con la de Madrid, frontera, por tanto, de dos Comunidades Autónomas, Madrid y Castilla – La Mancha.

Aún habiendo sido tradicionalmente un enclave menor, la incidencia directa de notables familias de la nobleza castellana, como los Mendoza o los Álvar Gómez de Ciudad, su posición estratégica en los movimientos trashumantes de ganado, amparados por el Concejo de la Mesta, o los movimientos comerciales hacia grandes núcleos, han dejado un cierto volumen de reseñas históricas que, junto con una más que notable conservación de sus propios registros eclesiásticos y civiles, han permitido reunir el volumen de información suficiente para desarrollar el relato histórico que aquí se pretende.

Los orígenes

Se han encontrado referencias, en escritos del siglo XVI, al origen del asentamiento inicial de Pioz, como uno de los núcleos de la antigua Carpetania visigoda, pero su escasa referenciación y concreción no permite atribuirles una excesiva fiabilidad.

Si está contrastado que formaba parte de los núcleos de población del Común de la Villa y Tierra de Guadalajara, inicialmente conquistados a la dominación árabe por la Corona de Castilla y León en 1085, integrándolas, como tierras de realengo, en una de las Comunidades en que se organizó la Extremadura Castellana..

Sobre los núcleos de población del Común se mantuvo una política de incentivación de asentamientos poblacionales cristianos que contrarrestarán el peso de las familias mozárabes y mudéjares que habían permanecido tras la conquista de estos territorios, fundamentalmente con pobladores procedentes de los Reinos de Castilla y de León y, en menor medida, de Galicia y de áreas del norte de España o sur de Francia. Es lógico pensar que este proceso de repoblación aprovecharía los núcleos de población existentes, para su refundación, por lo que no parece excesivamente aventurado pensar en Pioz como una aldea ya existente en la época árabe.

Aún asumiendo su existencia en los orígenes de la reconquista de la zona central castellana, no cabe pensar en Pioz como un emplazamiento poblacional de entidad, sino como una aldea más de las que se integraron en el alfoz de Guadalajara, que el inicial Fuero de 1133 delimitaba por el sur con los términos de Pezuela de las Torres – Peçuela-, Escariche -Ascariche- y Hontova -Fontova-.

Dada la proximidad e integración de Pioz con Guadalajara, el paso de su territorio al de la Corona de Castilla y León tuvo que darse, necesariamente, de forma simultánea al de ésta, la antigua Wad-al-Hayara árabe, cuya conquista atribuyen algunos historiadores a Alvar Fáñez Minaya, sobrino del Cid y hombre de confianza del Rey Alfonso VI, tras un asedio de la ciudad posterior a la toma de Horche, en 1085, y, otros, a un simple acto administrativo consecuente a la conquista de Toledo, ese mismo año, a al-Qádir, último rey de su Taifa, en la que se integraban estas tierras.

En todo caso, la conquista de un territorio no es un hecho puntual concretado en una fecha, aunque ésta implicara el éxodo inmediato de sus gobernantes y ejércitos, e incluso de las familias más poderosas o mayormente implicadas con el poder derrotado. Una buena parte de la población, bien por su falta de recursos o por apego a sus propiedades, permanece en los territorios ocupados, conservando gran parte sus costumbres y de su herencia cultural. Éste es el caso de los mozárabes, cristianos que ya vivían en el territorio bajo la dominación musulmana y para los que la reconquista suponía una mayor protección, o los mudéjares, musulmanes que permanecen bajo la nueva dominación cristiana, aún sujetos a sometimiento y servidumbre.

Por otra parte, las tierras ocupadas pasan a ser territorio de frontera, sujetas a incursiones e intentos de reconquista y ocupación en los años sucesivos, lo que provoca una inestabilidad que ralentiza su pretendida repoblación. Éstos intentos de reconquista son especialmente incidentes a partir de la invasión almorávide, con la derrota cristiana de Zalaca – Sagrajas en 1086 y el asedio musulmán a Toledo en 1090, donde vuelve a destacar la figura de Alvar Fañez. 

Seguramente motivada por la inestabilidad del territorio y al objeto de incrementar su defensa, se conoce la presencia del Rey Alfonso VI en Guadalajara, al menos en 1098 y, posiblemente, en 1103, estando el final de su reinado marcado por la tremenda derrota de Uclés, en 1108, que elevó notablemente la presión musulmana y la consecuente inestabilidad de los territorios de Guadalajara.

De hecho, se tiene constancia histórica, hacia el año 1109, de la nueva conquista y ocupación temporal de los pueblos del alfoz de Guadalajara por parte de tropas almorávides, que incluso llegaron a destruir parte de las murallas de Guadalajara, que solo se frenó por su retirada ante la aparición de la peste. Esta situación se repitió en 1113, si bien a partir de 1118 la situación se vuelve más favorable a los cristianos, con la conquista de Alcalá de Henares. No obstante, la zona entre Zorita y Almoguera siguió sufriendo frecuentes incursiones almorávides, hasta la toma de Oreja en 1139, fecha de referencia en el impulso de la repoblación cristiana de la zona.

Se puede considerar que el Común de Villa y Tierras de Guadalajara, y por tanto Pioz, no alcanza una cierta estabilidad hasta mediados del siglo XII o inicios del XIII, siendo en ésta época cuando el incremento del proceso de repoblación y el asentamiento de la actividad, propicia el desarrollo de sus villas y aldeas.

Los Fueros de Guadalajara

En época medieval, los Fueros recogían el conjunto de normas y preceptos por las que se regía una villa y su territorio, la forma en que se juzgaba y las sanciones que cabía imponer por su incumplimiento, constituyendo una especie de compendio del Derecho Civil, Penal y Administrativo que se aplicaba.

En el caso de Pioz, al formar parte del territorio de Guadalajara, eran de plena aplicación los de ésta, de los que han llegado dos hasta nuestros días. El primer Fuero, otorgado por Alfonso VII de Castilla y fechado en 1133, está relativamente influido por la Carta Castellanorum, otorgada por Alfonso VI tras la conquista de Toledo, si bien, en el fondo, es una redacción local del Derecho castellano tradicional, desarrollado en el ámbito de la repoblación de la Extremadura Castellana. Éste primer Fuero está adaptado a territorios de frontera y, como tal, reúne normas que regulan los procesos de repoblación y la convivencia con población existente, mozárabes, mudéjares o conversos.

El Fuero define expresamente el alfoz concedido al Común de Villa y Tierra de Guadalajara, integrado por unas 50 aldeas. En su periodo inicial, el alfoz se dividía en dos sexmas, la del Campo, en la margen derecha del Henares y la de la Alcarria, en la margen izquierda, donde se incluía Pioz. Posteriormente se incluyó un mayor número de aldeas al Común, dividiendo el territorio en seis sexmas, quedando Pioz encuadrada en la sexma de Renera. Tanto Guadalajara como su alfoz fueron, desde su inicio, tierras de realengo -pertenecientes al Rey-.

Cabe comentar que el corto periodo que transcurre entre la conquista de Guadalajara, en 1085, y la aparición del primer Fuero, en 1133, es un periodo de inestabilidad en el que se aplica un régimen relativamente militarista, bajo el mando de Alvar Fañez Minaya, sin una compilación de normas concreta y en el que se puede aventurar la aplicación, a los pobladores cristianos, de la Carta Castellanorum, de Alfonso VI, y las normas tradicionales del Derecho castellano, reunidas en los llamados Fueros del Conde Sancho, y, posiblemente, un estatuto jurídico diferenciado, con reminiscencias de la estructura jurídica musulmana, para la población mozárabe.

El segundo Fuero se debió gestar en el Concejo de Guadalajara durante el final del reinado de Alfonso VIII, a raíz del llamamiento de éste a los municipios que participaron en la batalla de las Navas de Tolosa, para que le presentarán sus fueros, aunque fue sancionado por Fernando III, el Santo, en 1219. Éste es más extenso y está más enfocado a consolidar la jurisprudencia y las ordenanzas municipales, con semejanzas con los Fueros de Alcalá, Brihuega o Medinaceli y sobre todo, con la Carta de otorgamiento del Fuero de Madrid.

Éste último Fuero fue corregido, en materia del Derecho de Troncalidad –herencia-, por la Reina María de Molina, esposa de Sancho IV el Bravo, en 1314, y confirmado por Alfonso XI en 1331. En medio de este periodo, Alfonso X, el Sabio, también confirmó el segundo Fuero en 1277, e incluso emitió, en 1262, un privilegio a Guadalajara concediéndole el Fuero del Libro, estableciendo el ordenamiento de caballeros y sus excusados.

Aún subsistiendo la vigencia de los Fueros, aparecen entre 1379 y 1384 una colección de Ordenanzas Municipales de Guadalajara, que actualizan y amplían el contenido de los Fueros, estando, en gran parte, motivadas por ordenanzas aportadas por diferentes Corregidores reales. A partir de ésta época, aún estando vigentes los Fueros, su desactualización y, en casos, obsolescencia, hace que las diferentes ordenanzas, progresivamente actualizadas, sean las que realmente rigen el funcionamiento de la Villa. Es obvio que, en el caso de Pioz, estas estarían plenamente vigentes, al formar parte de las tierras de Guadalajara hasta su desagregación, ya en el siglo XV.

 

Pioz en la Baja Edad Media

Se suele aceptar que, para el Reino de Castilla, este periodo comprendería el siglo XIV y el XV, hasta avanzada su segunda mitad, considerando el inicio de la transición a la Edad Moderna el reinado de los Reyes Católicos.

Este periodo, en su primera mitad, constituye un plazo temporal de relativa estabilidad administrativa para Pioz, que, aún con interrupciones, se mantiene como tierra de realengo, en un tiempo con relativa fortaleza y estabilidad de la Corona de Castilla, aunque en la segunda mitad del XIV ya se inician tensiones derivadas de las luchas políticas entre miembros de la realeza.

Cabe reseñar que, a pesar de pertenecer el Común de la Villa y Tierras de Guadalajara a la Corona de Castilla, se dan periodos en que el Común pasa a ser Señorío de miembros de la familia real, eso a pesar de la continuada oposición de Guadalajara a salir de la Corona y de las diferentes promesas de los monarcas en cuanto a que ésta siempre iba a permanecer en poder real.

Es con Sancho IV cuando comienzan los conflictos más graves en la Corte, originados por la enemistad de este con sus sobrinos, los denominados Infantes de la Cerda, cuyas intrigas se prolongaron, a la muerte de éste, durante las minorías de edad de Fernando IV y Alfonso XI, obligando a la mujer de Sancho IV, María de Molina, a defender sus derechos como Reina Regente.

Uno de estos reyes, Alfonso XI es el que, además de confirmar los privilegios de Guadalajara, le concede el de tener representantes en Cortes -solo 16 ciudades tenían ese privilegio entonces-, participando, por primera vez, en las Cortes de Alcalá de Henares de 1350. Incluso se llegarían a celebrar Cortes en la ciudad de Guadalajara, en 1390, convocadas por Juan I, y en 1408, en la minoría de edad de Juan II.

En este entorno temporal, hacia 1340, se produce un hecho que va a tener notables consecuencias en el futuro de Guadalajara, y en el de Pioz, la llegada a Guadalajara del primer Mendoza, Gonzalo Yañez de Mendoza, por entonces Montero Mayor del Rey Alfonso XI, que se establece en la Villa tras su matrimonio con Juana de Orozco, hija de Íñigo López de Orozco, residente de Guadalajara. Más que con éste, sería con su hijo Pedro con el que comienza el ascenso de los Mendoza y su poder creciente en Guadalajara.

Manifestando una gran habilidad política, Pedro González de Mendoza respaldó a Pedro I en las luchas contra su hermano Enrique, apoyado por el Reino de Aragón. Según algunos historiadores, de este respaldo provienen los Señoríos de Hita y Buitrago. Posteriormente pasa a apoyar a Enrique, llegando a ser su Mayordomo Mayor y al que acogió en Guadalajara tras su derrota en Nájera, ya como Enrique II. Continua su apoyo, manteniendo el cargo de Mayordomo Mayor con su hijo, Juan I, al que salva la vida, a costa de la suya, en la batalla de Aljubarrota, en 1385, en un intento de invadir Portugal. Estos hechos, además de la protección real y un cierto número de privilegios y señoríos, catapulta el poder de la familia Mendoza en la Corte de Castilla.

La familia Mendoza entra en el siglo XV con la figura preponderante de Diego Hurtado de Mendoza, hijo primogénito de Pedro, que inicio sus hazañas tomando parte activa en numerosas campañas de Portugal, seguramente pensando en vengar la muerte de su padre, y, que, siguiendo el impulso tomado por la familia, se constituye en uno de los nobles más relevantes en las cortes de Juan I y de Enrique III, llegando a ser Almirante de Castilla. Sobre esto, su segundo matrimonio con Leonor Lasso de la Vega, hija de Garcilaso de la Vega, una de las familias más poderosas y acaudaladas de la época, llevó a la familia Mendoza a un notable incremento de títulos y riqueza.

Los hechos que, en este siglo, van a afectar directamente a Pioz se inician con la llegada de Juan II al trono en 1406, con solo dos años de edad, lo que obliga a mantener una Regencia que ostentaban su madre, Catalina de Lancaster, y el hermano de su padre, el futuro Rey de Aragón, Fernando I. A la muerte de la madre se inician fuertes intrigas con los hijos de Fernando, los llamados Infantes de Aragón, Juan, futuro Rey consorte de Navarra, y Enrique de Trastamara, ambos primos del Rey Juan II, que se acrecientan cuando se proclama su mayoría de edad, a los 14 años, en marzo de 1419.

Estas intrigas conducen al llamado Golpe de Tordesillas, llevado a cabo por el Infante Enrique en julio de 1420, que aprovecha la ausencia de su hermano Juan, que celebraba sus esponsales con la Reina Blanca de Navarra, para retener al Rey en Ávila. En este secuestro el Infante Enrique fuerza la boda del Rey con su hermana María, en el mes de agosto.

Enterado su hermano Juan, lanza sus tropas contra Enrique y le obliga a huir, llevándose éste al Rey hacia el sur, a territorios de la Orden de Santiago, de la que era Maestre. En este viaje logra convencer a Catalina de Castilla, hermana de Juan II, para que se case con él, celebrándose su matrimonio en Talavera de la Reina, un domingo de noviembre de 1420. A finales de ese mismo mes, el día 29,el Rey logra escapar de su secuestro ayudado por Álvaro de Luna, que se convertiría en su valido y hombre de confianza, y a quien, por esta acción, le nombraría Condestable de Castilla.

Estas intrigas y la sucesión de los acontecimientos dejan al Infante Enrique en una posición singular, como heredero del padre de Juan II, Enrique III, por su matrimonio con su hermana Catalina, circunstancia que, indirectamente, va a cambiar el futuro de Pioz.

Los acontecimientos descritos llevaron a años de intrigas y disputas dentro de la nobleza castellana, que se se fue configurando en torno a dos bandos enemistados, el de los Infantes de Aragón, Enrique y Juan, éste último ya Rey de Navarra, reconciliados desde 1425, y el de Juan II, Rey de Castilla, apoyado por el Condestable Álvaro de Luna.

A lo largo de 1427, el número de nobles castellanos que apoyan a los Infantes va creciendo, incrementando la presión sobre Juan II para que prescinda de Álvaro de Luna, quien finalmente es desterrado por el Rey, en septiembre de 1427, por un periodo de año y medio, aunque regresaría, aclamado, en febrero de 1428, volviendo los enfrentamientos entre el Rey y los Infantes y el trasiego de apoyos de la nobleza castellana, que culminarían en la primera guerra castellano – aragonesa, de 1429 a 1430, que, en el fondo, se constituye en una auténtica guerra civil para ambos territorios, pero sobre todo para Castilla.

Aprovechando su posición de fuerza durante el destierro de Álvaro de Luna, el Infante Enrique reclamó a Juan II la herencia que, de su padre Enrique III, le correspondía a su mujer Catalina de Castilla, hermana del Rey. Accedió Juan II y le hizo entrega de las villas de Trujillo, Alcaráz y Andújar, así como 600 pecheros en tierras de la Alcarria, que se tradujeron, en marzo de 1428, en la cesión de 12 aldeas, Aranzueque, Armuña de Tajuña, Fuentelviejo, Retuerta, Pioz, El Pozo de Guadalajara, Los Yélamos, Atanzón, Balconete, Yunquera, Serracinos y Daganzo, todos ellos desgajados por el Rey de su propiedad del Común de Villa y Tierra de Guadalajara.

En la guerra castellano – aragonesa, la mayoría de la nobleza castellana, incluso la que antes apoyaba a los Infantes, se va poniendo de parte del Rey y su valido, Álvaro de Luna, logrando finalmente la derrota de los Infantes y la toma de sus posesiones en Castilla. Las del Infante Enrique, entre ellas los pueblos cedidos en Guadalajara, fueron tomadas por el Conde de Benavente.

Una vez lograda la victoria, en febrero de 1430, el Rey procedió, en Medina del Campo, al reparto de todas las posesiones conquistadas a los Infantes entre los nobles que le habían apoyado en estas guerras. Entre estos nobles estaba Íñigo López de Mendoza, quien a pesar de haber estado hasta 1427 del lado de los Infantes, más por pretender el derrocamiento de Álvaro de Luna que por ir contra el Rey, había sido un aliado fiel a partir de éste año, en especial en la Batalla del Moncayo, que constituyó la derrota final de los Infantes.

De las tierras repartidas con que el Rey premió a sus aliados, a Íñigo López de Mendoza, le cedió la villa de Yunquera y los 12 lugares de la Alcarria que tenía el Infante Enrique como herencia de su mujer. De esta forma, Pioz, tras un par de años en manos del Infante de Aragón, pasa a integrarse en la Casa de los Mendoza, una de las primeras noblezas hereditarias de la Corona de Castilla que quedan fuera del patrimonio real, y que, por tanto, no precisaban de la renovación real de sus derechos hereditarios.

La época de esplendor de los Mendoza

Tanto por herencia como por sus propios logros, Íñigo López de Mendoza acabaría siendo, durante los reinados de Juan II y de su hijo, Enrique IV, uno de los nobles más poderosos de España, constituyendo el máximo auge de la Casa de Mendoza. Llegaría a reunir los títulos de I Marques de Santillana, Conde del Real de Manzanares, XI Señor de Mendoza, III Señor de Hita y III Señor de Buitrago, además de incluir, por su matrimonio con Catalina Suárez de Figueroa, en las únicas nupcias que celebró, los títulos de Señor de Escamilla, Santa Olaya y Torija.

Para Pioz, este notable cambio en su dependencia administrativa apenas supone cambios en la vida y costumbres de sus gentes, simplemente implica un cambio en el reparto de parte de los diezmos, que Pioz antes pagaba a la Corona a través del Común, y ahora pasarán al futuro Marques de Santillana. Será, posteriormente, uno de sus herederos, el llamado Cardenal Mendoza quien volverá a incidir en la situación administrativa de Pioz.

Aunque los Mendoza ya mantenían privilegios en Guadalajara, especialmente desde que Diego Hurtado de Mendoza obtuviera el privilegio de nombrar los cargos públicos de la villa y su tierra, fué Íñigo López de Mendoza, nacido en 1398, que los heredo, el que elevó sobremanera la posición de los Mendoza, logrando el poder real sobre la Ciudad, al recibir de Juan II, en 1444, la Tenencia o Alcaidía de la Ciudad de Guadalajara.

Para asentar el poder e imagen de la familia en Guadalajara, Íñigo construyó las llamadas Casas Mayores de los Mendoza, que albergaron su importante biblioteca y donde se recluyó en la época final de su vida. Posteriormente, su nieto, Ignacio López de Mendoza y Luna, II Duque del Infantado, derribaría estas Casas Mayores para levantar, en su emplazamiento, el Palacio del Infantado, tal y como ha perdurado hasta nuestros días.

A la muerte de su esposa, en 1455, Íñigo López de Mendoza reparte sus bienes entre sus hijos, aún sometido a un posterior acuerdo entre hermanos, a su muerte en 1458, realizándose la confirmación de herencia en Madrid. 

De este reparto final, quedó el Mayorazgo heredado de los Mendoza en manos de su primogénito, Diego Hurtado de Mendoza y de la Vega quien además hereda los títulos de Marqués de Santillana y Conde del Real de Manzanares, y que recibiría, posteriormente, el título de I Duque del Infantado. Crea además, con la aprobación Real, tres nuevos Mayorazgos que reparte entre los tres hijos siguientes por edad, Íñigo López de Mendoza y Figueroa, I Conde de Tendilla, Lorenzo Suárez de Figueroa, I Conde de Coruña y Vizconde de Torija y Pero Lasso de Mendoza y de la Vega, Señor del Valle del Lozoya.

A los dos hijos siguientes les dota diferentes posesiones, así a Pedro Hurtado de Mendoza, futuro Adelantado de Cazorla, le deja el Señorío de Tamajón y a Pedro González de Mendoza, a quien desde su infancia había enfocado al ámbito eclesiástico, y que llegaría a convertirse en el poderoso Cardenal Mendoza, le deja los lugares de Pioz, el Pozo, Yélamos y Atanzón.

El testamento también reserva dotes para sus tres hijas, Mencía de Mendoza y Figueroa, consorte del II Conde de Haro, María de Mendoza, casada con el Adelantado Mayor de Andalucía y I Conde de Molares y Leonor de la Vega y Mendoza, desposada con el IV Conde de Medinaceli.

Pedro González de Mendoza, nacido en 1428 en las Casas Mayores de los Mendoza, en Guadalajara, vive en ellas hasta 1442, cuando, para iniciar su formación, pasa a residir en Toledo, bajo la tutela de su tío, Gutierre Álvarez de Toledo, anteriormente Arzobispo de Sevilla y recién nombrado Arzobispo Primado de Toledo, que para entonces ya había otorgado a Pedro el Curato de Santa María, en Hita, y el Arcedianato de Guadalajara, asegurándole rentas de más de 40 parroquias. A la muerte de su tío, en 1446, traslada su residencia a Salamanca, en cuya Universidad se doctora en Derecho Civil y Eclesiástico, y desde la que vuelve a residir en Guadalajara hasta 1452, en que pasa a la Corte del rey Juan II de Castilla.

Es en esta estancia en la Corte, y antes de la muerte del Rey en 1454, cuando Juan II solicita al Papa la concesión a Pedro González de Mendoza del Obispado de Calahorra y de Santo Domingo de la Calzada, cuya Bula Papal de nombramiento le llega a Valladolid, donde se había trasladado para presentar los respetos al heredero y nuevo Rey, Enrique IV. Este nombramiento provoca su traslado a Calahorra y Santo Domingo hasta finales de 1456, cuando pasa a residir en Palencia, acompañando a Enrique IV.

El detalle de su residencia en estas fechas, junto a las dadas para el primer reparto de la herencia de su padre, en 1455, y la confirmación a su muerte, en 1458, permite aventurar una escasa presencia, e interés, por sus propiedades en Guadalajara, entre ellas Pioz. A lo anterior se une la demanda de la atención que le requiere la familia al futuro Cardenal, ya que en los años previos a la confirmación de la herencia de los Mendoza, en 1458, se da una manifiesta enemistad entre el nuevo Rey, Enrique IV de Castilla, y el primogénito de los Mendoza, Diego Hurtado de Mendoza, hasta el punto de que es Pedro González de Mendoza quien, en la confirmación de herencia, en Madrid, hace las veces de cabeza de la Familia Mendoza.

Ésta enemistad culmina con la toma, por sorpresa, de Guadalajara por el Rey, a denuncia y petición de socorro del Alcaide Real de Guadalajara, Hernando de Gaona, a quien Diego Hurtado de Mendoza pretende desplazar. La toma de Guadalajara conlleva la expulsión de los Mendoza de Guadalajara, que se retiran a sus Señoríos de Yunquera de Henares e Hita.

No se dará la reconciliación del Rey con los Mendoza hasta que, en 1460, se acuerda el casamiento de María de Mendoza, hija de Diego Hurtado de Mendoza, con el Privado del Rey, Beltrán de la Cueva. Las bodas se celebran en Guadalajara y a ellas acude Enrique IV, quien prolonga su estancia en Guadalajara todo un año, hasta 1461. Esta estancia sirve para impulsar Guadalajara, que recibe el título de Ciudad y en la que se celebran Cortes en éste periodo.

El nacimiento en 1462 de la hija de Enrique IV, Juana, y su inicial designación como heredera, crea una fuerte corriente de intrigas en la Corte, que llegan a propuestas de abdicación y traspaso de la Corona a los hermanos del Rey, a Alfonso, e incluso a su hermana Isabel, quien finalmente la heredaría. En este periodo Pedro González de Mendoza y sus hermanos permanecen fieles al Rey, quien, como agradecimiento, les concede en 1466 las Tercias de Guadalajara y sus tierras y a Pedro González de Mendoza le propone como Obispo de Sigüenza y Abad de la Iglesia Colegial de Valladolid, cuyo nombramiento le llega en 1468.

A la vista de los anteriores acontecimientos, podemos aventurar que entre 1458 y 1468, periodo en el que Pedro de Mendoza es ya dueño de pleno derecho de Pioz, el Pozo, Atanzón y los Yélamos, pudo darse un periodo de acercamiento y mayor interés por estas propiedades.

Al final de este periodo, parece que motivado por el entorno del Rey, Pedro González de Mendoza aborda un acuerdo de trueque de los territorios y aldeas heredadas, Pioz, el Pozo, Yélamos de Arriba y Atanzón, junto con los derechos que estos lugares generan, por el Señorío y Castillo de Maqueda, su Villa, tierras y derechos, propiedad de Álvar Gómez de Ciudad Real, secretario y miembro del Consejo de Enrique IV y que también lo fue de su padre, Juan II, pero que en esos momentos había caído en desgracia frente al Rey, que le quería apartar de su área de influencia en Toledo.

La época de esplendor de los Mendoza

La aparición de la familia Gómez de Ciudad Real en Guadalajara, con especial incidencia en Pioz se inicia con el antes comentado Álvar Gómez, un personaje que parece procedía de una familia de judíos conversos y cuyo inicio en las esferas de poder, según cronistas de la época, parece que pudo tener un carácter obscuro y turbulento, no exento de intrigas.

La primera referencia histórica de Álvar Gómez de Ciudad Real que ha llegado a nuestros días es su nombramiento como Secretario de Enrique IV, en octubre de 1456, auspiciado por el valido del Rey, Juan Pacheco, Marques de Villena. A través de este cargo, además de acrecentar su fortuna personal, llegó a tener una alta influencia en la Corte, logrando un puesto en el Consejo del Reino.

El nivel de confianza que en él tenía el Rey le llevó a ser uno de los seis testigos de las cláusulas matrimoniales de Enrique IV, en su matrimonio con Juana de Portugal y a ser embajador real en las Vistas de Bayona, dadas entre Juan II de Aragón y Luis XI de Francia.

El incremento de su caudal patrimonial en esta época le llevó a comprar Torrejón de Velasco, en Madrid, y San Silvestre, antigua población de Toledo, ahora integrada en Maqueda y de la que se conserva su castillo.

La aparición de Beltrán de la Cueva como nuevo favorito del Rey, y su nombramiento como Maestre de Santiago, desencadenó la ira del Marques de Villena, que se enfrentó al Rey tratando de influir para que se le quitara el titulo de Princesa de Asturias a su única hija, Juana, para dárselo a su hermanastro Alfonso, de cara a asegurarle la sucesión en el trono. Esta sucesión de intrigas llevó hasta la llamada Farsa de Ávila, en la que el Marqués, apoyado por parte de la nobleza, y ya teniendo la tutoría del Infante Alfonso, propició su proclamación como Rey en 1465, designado como Alfonso XI de Trastámara.

Arrastrado por el Marques de Villena, Álvar Gómez actuó como espía de Alfonso XI en la corte de Enrique IV, hasta que éste último se dio cuenta de la traición, ordenando a su Contador Mayor, Pedro Arias Dávila sitiar y tomar Torrejón de Velasco. El descubrimiento de su traición obligo a Álvar a pasar, a las claras, al bando Alfonsino, llegando a ser Contador Real de Alfonso XI, quien, para pagar sus servicios, le entregó villa de Maqued . En este periodo, en 1467, según parece encabezando una revuelta de conversos, obtuvo la Alcaldía Mayor de Toledo.

La desconfianza que generaba su perfil de traidor a Enrique IV le llevó a tomar una posición discreta y retirarse a Toledo, donde aún conservaba el puesto de Alcalde Mayor, y donde aún sufrió otro escándalo, la llamada rebelión de los conversos, que obligo a intervenir a Alfonso XI. La prematura muerte de Alfonso XI, en 1468, desbarató todos sus planes.

El enfrentamiento de Enrique IV con Álvar Gómez se resolvió forzando su renuncia a la Alcaldía Mayor de Toledo y propiciando el ya comentado trueque de Maqueda por las posesiones en Guadalajara de Pedro González de Mendoza. Este cambio, en la práctica, suponía su destierro encubierto de las tierras de Toledo. La aceptación del trueque, en el que estuvo apoyado por el Marqués de Villena, le hizo obtener un cierto perdón Real, pero supuso su retirada definitiva del entorno del poder en la Corte y en Toledo, donde aún tenía partidarios. Aún conociendo su debilidad, el empeño del Rey en la salida de Álvar Gómez le permitió forzar el acuerdo en beneficio propio

En sus detalles, el acuerdo fue negociado entre Álvar Gómez y el Merino Alfonso de Gaona, como apoderado del Obispo de Sigüenza, y firmado en Maqueda el 21 de febrero de 1469, siendo confirmado y ratificado por Enrique IV, en Ocaña, el 5 de mayo de 1469. Este le supone a Álvar Gómez la posesión, para el y sus herederos, de los lugares de Pioz, el Pozo, Yélamos de Arriba y Atanzón, con todos sus derechos, incluido el de montazgo de Pioz, que entonces se constituía en un núcleo relevante para el paso de ganado a Guadalajara, centralizando el cobro de su portazgo. Tanto del acuerdo como de la confirmación, están depositadas copias en el Archivo Histórico Nacional.

Sobre esto, Pedro González de Mendoza se comprometía a dar a Álvar Gómez 500.000 maravedís en tres años, para la construcción de una fortaleza en este territorio, cantidad reclamada por éste argumentando la necesidad de tener una residencia principal en su nuevo territorio, así como la cesión de una casa principal en Guadalajara, también para su residencia.

Además, Álvar Gómez consiguió integrar en el acuerdo la cesión, por parte de Diego Hurtado de Mendoza, II Marques de Santillana, y hermano de Pedro González de Mendoza, las Tercias de los lugares de Albolleque, Aldeanueva, Alovera, Azuqueca, Cabanillas del Campo, la Celada, Centenera, Chiloeches, Horche, Lupiana, Malaguilla, la Puebla, Quer, Renera, Tórtola, Valbueno, Valdeavellano, Valdeaveruelo, Valdenoches, Valles, Valverde, Yebes y Yélamos de Abajo, además de las Tercias de los pueblos que ya forman parte del trueque, al cedérsele sus derechos.

Sobre lo anterior, e incluyéndolo en el mismo acuerdo de trueque, logra que Diego Hurtado de Mendoza, con el beneplácito de su hijo, el entonces Conde de Saldaña, le venda el Señorío de Valfermoso de Tajuña -entonces Valfermoso de las Sogas-, con su fortaleza y tierra, pagándolo con los 500.000 maravedís que, en el propio acuerdo, Pedro González de Mendoza le daba para la construcción de la fortaleza, y estableciendo un periodo de tres años para abonar el importe en demasía que, sobre esta cantidad, pudiera valer el Señorío de Valfermoso, a la vez que se establecía el compromiso de recompra, por parte del Marqués de Santillana, en caso de que lo quisiera vender en algún momento.

Se tiene constancia de que se produjo esta recompra, por la información que aporta el propio testamento de Diego Hurtado de Mendoza, fechado en Guadalajara el 14 de junio de 1495, en el que deja Valfermoso a su hijo Juan, si bien no se ha encontrado ningún documento que respalde la fecha concreta en que se produjo. Este dato es importante, porque pudo aportarle a Álvar Gómez de Ciudad Real la financiación necesaria para abordar la construcción de uno de los monumentos más emblemáticos de Pioz, su castillo.

Como se aprecia, independientemente de que el trueque se considerara justo por ambas partes, Álvar Gómez obtuvo con éste un nivel de posesiones y rentas en Guadalajara especialmente significativo, que propició el que, tanto él como sus descendientes próximos, fijaran su residencia en ésta ciudad, manteniendo su palacio, o casas mayores, en la parroquia de San Esteban, que se conservaron, al menos, durante 3 generaciones. No obstante, el trueque realizado supuso, para Pioz, el paso de su adscripción a una de las familias más poderosas de la época a una que, en ese momento, estaba en franco declive.

Complementariamente, Álvar Gómez obtuvo del Rey una ejecutoria de hidalguía para fundar un Mayorazgo, circunstancia que aprovechó, el 25 de junio de 1475, para formarlo con las tierras obtenidas en el trueque, Pioz, El Pozo, Atanzón y Los Yélamos, además de San Sivestre, único lugar que logró separar del acuerdo de trueque, y el Señorío de Torrejón de Velasco, que había rescatado del embargo. A la vez, Enrique IV le concedió el Señorío de Pioz y su adscripción a este Mayorazgo, convirtiéndose en el I Señor de Pioz. La adscripción de Pioz como cabeza del Mayorazgo conllevó su titulación como Villa.

Casado con Catalina Vázquez, Álvar Gómez de Ciudad Real, denominado históricamente el Viejo, para distinguirlo de su posterior nieto, tuvo dos hijos, Pedro, el primogénito y que, por tanto, heredaría el Mayorazgo y Alfonso, que profesaría como fraile franciscano, así como cinco hijas legales, Inés, Catalina, Aldonza, Teresa y María, además de una natural que tuvo con Teresa Isasi, natural de Mondragón, también llamada Inés, que fue reconocida y adoptó el apellido Gómez de Ciudad Real.

La fundación del Mayorazgo disponía su herencia por línea de varón primogénito, contemplando que, en caso de falta de varón en su línea de descendencia, éste pasara a su hija mayor, Inés, y de ésta a sus descendientes varones, circunstancia que va a ser crucial en la posterior sucesión del Señorío de Pioz.

Impulso de construcciones singulares en la villa

De lo contrastado en la documentación histórica conservada de Pioz (AHN), se ha podido conocer que, antes de la aparición de Álvar Gómez de Ciudad Real como I Señor de Pioz, las construcciones de uso común para sus pobladores, además de las propias Casas Consistoriales, cuyo emplazamiento sería, seguramente, el del actual Ayuntamiento – en 1706 si lo era-, eran las construcciones eclesiásticas, la propia Iglesia Parroquial de San Sebastián, aunque formada solo por la nave central, y el Hospital de la Virgen de la Antigua, que se conservó hasta 1812.

La llegada de Álvar Gómez implicó el impulso de las construcciones singulares que han llegado hasta nuestros días, el Castillo, cuya construcción inició el propio Álvar, para uso familiar o las sucesivas ampliaciones de la Iglesia de San Sebastián, en cuya financiación se tiene constancia que participo su hijo Pedro, como II Señor de Pioz.

En lo que respecta al Castillo, aún dentro del consenso general de su construcción en la segunda mitad del siglo XV, no se han podido documentar las fechas concretas de realización, si bien se puede acotar ésta entre 1470, donde el análisis del documento de trueque con Pedro González de Mendoza muestra claramente que no existía, o quizás unos años después, a partir de la venta de Valfermoso de Tajuña, que pudo apoyar su financiación, y 1492, cuando las obras documentadas de ampliación de la iglesia se realizan aprovechando la disposición de medios humanos y materiales empleados para el Castillo, seguramente una vez finalizado éste.

Las ampliaciones de la Iglesia Parroquial si están documentadas en sus Libros de Fábrica, incluso detallando las fechas, los medios humanos y materiales empleados y su procedencia. La primera ampliación, la de la nave lateral, se realiza entre 1493 y 1495, produciéndose otras en años sucesivos, como la construcción de una nueva torre, entre 1512 y 1515, o la de su barbacana en 1522, en todos los casos parcialmente financiadas por el hijo de Álvar Gómez, Pedro Gómez de Ciudad Real, ya entonces II Señor de Pioz.

También de esa época es la edificación de la Ermita de la Virgen de la Mata, cuya inauguración está documentada en 1529, hoy desaparecida, y cuyo emplazamiento estaba próximo a la existente Fuente de la Mata.

Es lógico pensar que en una Villa como Pioz, con un tamaño pequeño, la concentración temporal de estas obras implicaría un notable crecimiento de población y, como no, de riqueza, que seguramente tendría repercusión en lugares del entorno.

En años posteriores se abordaron obras relevantes, como la nueva ampliación de la Iglesia en su atrio porticado y piso superior, junto con la nueva sacristía (1547 – 1553), o la construcción de otros edificios singulares, como es el caso de la Escuela de Gramática, un internado preparatorio para el Seminario, cuya edificación, aún sin datar, no debió ser muy posterior a la ampliación de la Iglesia y de la que se tiene constancia de su funcionamiento en 1750. Esta ocupaba toda la fachada sur de la calle del Estudio y conserva su estructura en parte de las casas existentes hoy día. De éstas obras no se tiene constancia del apoyo financiero de los Gómez de Ciudad Real.

Años después, en 1571, está documentada la inauguración de la Ermita de San Roque, cuyo emplazamiento está actualmente ocupado por el cementerio de Pioz, construido en 1836 y que en sus primeros años se llamó de San Roque. Construida posteriormente, seguramente a finales del siglo XVII, estaba la Ermita de la Soledad, derribada a finales de los años 70 del pasado siglo y cuyos sillares se conservan. En su emplazamiento, cerca de la salida de Pioz a la carretera de Loranca, hay actualmente una cruz conmemorativa.

El Señorío de Pioz en el Renacimiento

El paso del Mayorazgo del primer Señor de Pioz, Álvar Gómez, a su primogénito, Pedro, coincide, sensiblemente, con el periodo de transición de la Edad Media a la Edad Moderna, históricamente fijado, en el reinado de los Reyes Católicos. Éste periodo coincide con el inicio del movimiento cultural y artístico denominado Renacimiento, originado en Italia y que, lentamente, se va incorporando a España, considerando su influencia hasta finales del siglo XVI o principios del XVII.

Aunque sin una referencia documental clara, la muerte de Álvar Gómez de Ciudad Real debió tener lugar hacia 1490 en Guadalajara, siendo enterrado en la capilla que el mismo fundó en la Iglesia Conventual de San Francisco, en Guadalajara. 

A la muerte de su padre, Pedro Gómez de Ciudad Real, hijo primogénito, heredaría el Mayorazgo, convirtiéndose en el II Señor de Pioz. Además de éste, Álvar Gómez, denominado el Viejo, tuvo otro hijo y cinco hijas dentro del matrimonio, además de una hija natural. El segundos hijo, Alonso, profesó como fraile franciscano, sin descendencia. 

De las hijas, la mayor, que tendrá una significación singular en la futura sucesión del Señorío de Pioz , Inés, se casó, en primeras nupcias, con Pedro Daza, con el que no tuvo hijos, y, en segundas, con Antonio de la Cerda, II Señor de Torrecuadrada, con quien tuvo un hijo, Francisco de la Cerda, y dos hijas Leonor e Isabel. Aldonza se caso con Pedro López de Orozco, con el que tuvo dos hijos, Álvar Gómez de Orozco, Señor de Merchal y Miraflores y Aldonza de Orozco. María se casó con Juan Álvarez Zapata, sin descendencia. De Catalina y Teresa, al igual que de su hija natural, Inés, no se ha encontrado referencia histórica alguna.

El primogénito, Pedro, nació en 1460, contrayendo matrimonio, en 1480, con Catalina Arias Dávila, hija del II Señor de Puñoenrostro, Pedro Arias Dávila, con la que tuvo tres hijos, Álvar, nacido en 1488 y que sería quien heredaría el Mayorazgo como III Señor de Pioz, María, nacida 1495 y casada con Alonso de la Cerda, VI Señor de Enciso, e hijo de Luis de la Cerda y de la Vega, que, entre otros títulos, fue I Duque de Medinaceli, V Conde de Medinaceli, III Señor de Loranca y III Señor de Cogolludo. María, tuvo una hija, María de la Cerda y Gómez de Ciudad Real y falleció en 1543, a la vez que su marido, estando ambos enterrados en la Iglesia de San Gines, en Guadalajara. De su otra hija, Elvira, no se conoce su fecha de nacimiento ni su biografía.

Como iniciativa reseñable, además de las comentadas actuaciones en Pioz, Pedro Gómez de Ciudad Real fundó el Convento de la Concepción de Guadalajara, cuya iglesia estuvo bajo la advocación de San Acacio. La finalización la llevaría a cabo su nieto Pedro.

Siguiendo la línea hereditaria que interesa a Pioz, Álvar Gómez de Ciudad Real, denominado el Joven, para diferenciarlo de su abuelo, fue el III Señor de Pioz, con una vida plenamente dedicada a la literatura. Emparentó con los Mendoza, casándose, en 1514, con Brianda de Mendoza y Pimentel, la novena hija de Diego Hurtado de Mendoza de la Vega y Luna, III Duque del Infantado, IV Marqués de Santillana, IV Conde de Manzanares el Real, V Conde de Saldaña y VI Señor de Hita y Buitrago. Brianda era fruto del segundo matrimonio de Diego Hurtado de Mendoza con María de Pimentel y Pacheco, hija de Rodrigo Alonso Pimentel, IV Conde y I Duque de Benavente. Del matrimonio de Álvar Gómez de Ciudad Real, el Joven, y Brianda de Mendoza nacieron cinco hijos, heredando el Mayorazgo su primogénito, Pedro Gómez de Ciudad Real, que sería el IV Señor de Pioz.

Álvar Gómez de Ciudad Real, además de III Señor de Pioz, tuvo algunos cargos en la Ciudad de Guadalajara y fue Gentilhombre de boca de los Reyes Católicos, si bien siempre estuvo al servicio del III Duque del Infantado, con el que combatió en numerosas operaciones bélicas en Italia, entre ellas en las guerras de Nápoles (1504), Florencia (1512) o la Batalla de Pavía (1525). Igualmente acompañando a los Mendoza, y ya emparentado con ellos, estuvo presente en el viaje de Carlos V por los Países Bajos, entre 1520 y 1522 y en su coronación como Emperador en Bolonia, en 1530.

Las prolongadas estancias en Italia afianzaron la influencia del Renacimiento Italiano y de personajes como Erasmo de Rotterdam en su personalidad y en su literatura. Llego a ser uno de los más prestigiosos escritores en latín de su época, dejando una obra corta, muy centrada en el ámbito religioso y con una alta calidad literaria.

Entre sus obras, cabe reseñar algunas, muy conocidas en su momento, como Talichristia (1522), que narra el misterio de la Redención, dedicada al Papa Adriano VI, Musa Paulina (1529), una versificación del epistolario de San Pablo, dedicada al Papa Clemente VIII, De Solomonis provervis (1538), que versifica los Provervios de Salomón, o De militae Principis Burgundi, que narra la historia de los Principes de Borgoña y el Vellocino de Oro, dedicada al Emperador Carlos V y que contiene unos versos que le dirige el propio Erasmo (publicada póstumanente en 1540).

Álvar Gómez de Ciudad Real, el Joven, muere, de forma inesperada, en julio de 1538, en Guadalajara, siendo enterrado en la capilla que fundo su abuelo en la Iglesia conventual de San Francisco. A partir de esa fecha, su primogénito, Pedro Gómez de Ciudad Real y Mendoza hereda el Mayorazgo, ya mermado territorialmente y solo con los lugares de Pioz, Pozo, Yélamos y Atanzón, pasando a ser el IV Señor de Pioz.

Cabe comentar que una de las hermanas de Pedro, Isabel de Mendoza, casada con Juan Suárez Estrada, dio lugar a una linea sucesoria que después pleitearia reiteradamente, en 1696 y en 1715, por la tenencia del Señorío, ante dos casos de desaparición, sin herederos, de los titulares de éste.

Poco ha quedado registrado sobre la vida o hechos del IV Señor de Pioz, salvo que, residiendo en Guadalajara, dedico parte de sus esfuerzos a publicar las obras de su padre en los años siguientes a su muerte, y parte de sus recursos a construir un nuevo palacio o casa mayor de los Gómez de Ciudad Real, junto a la iglesia de San Gines, en Guadalajara. También contribuyó a un antiguo propósito familiar iniciado por su abuelo, finalizando el Convento de Concepcionistas, situado frente a su nuevo palacio en Guadalajara. Igualmente, dedicó una parte de su caudal en la construcción de una nueva iglesia en Atanzón.

No se tiene conocimiento de la fecha de su casamiento, aunque si del nombre de su esposa, Cathalina de Zúñiga Carrillo. Se conoce que tuvieron, al menos, dos hijos, el primogénito, Joseph Gómez de Mendoza, que heredó el Mayorazgo, pasando a ser el V Señor de Pioz, y Luis Gómez de Mendoza, que no tuvo descendencia.

Aunque, con carácter general, la sucesión del Señorío de Pioz se ha conocido a través de dos árboles genealógicos diferentes encontrados en el Archivo de la Nobleza, preparados para sendos pleitos por la titularidad del Señorío, en este caso, la constancia de Joseph Gómez de Mendoza como Señor de Pioz, se respalda, en 1579, en las Relaciones Topográficas de Felipe II, donde la Justicia, Regimiento y Diputados del Ayuntamiento declaran que la Villa pertenece a Jusepe Gómez de Mendoza, que la heredó de su padre, Pedro Gómez de Mendoza y este de su abuelo, Álvar Gómez de Ciudad Real.

En esas mismas Relaciones, en el escatocolo de la antefirma del Escribano del Concejo y Ayuntamiento, éste declara su nombramiento por Catalina de Zúñiga Carrillo, madre del Señor de Pioz, que ejercía como Gobernadora de la persona y estado de su hijo, lo que parece indicar que, por esas fechas, éste podría estar en minoría de edad .

Joseph tuvo dos hijas, Agustina Gómez de Mendoza, que caso con Juan Gaitán de Ayala y María Gómez de Mendoza, casada con Pedro López Arrieta, sin descendencia de varón. Este hecho hizo que, a la muerte de Joseph, el Señorío pasara a su hermano Luis, que, por tanto, se constituye en el VI Señor de Pioz y que, como ya se ha comentado, murió sin descendencia, en los últimos años del siglo XVI.

La muerte de Luis sin descendencia, junto con el hecho de ser mujeres las dos hijas de su hermano, originó un primer pleito en la sucesión del Mayorazgo, atendiendo a la clausula, incluida por Álvar Gómez, el Viejo, en su documento de fundación, que establecía que en caso de romperse la sucesión por línea de varón en la descendencia de su primogénito, Pedro Gómez de Mendoza, la sucesión pasaría a su hija mayor, Inés Gómez de Ciudad Real, y de esta a su descendencia por línea de varón.

Esto originó un pleito, celebrado en la Chancillería de Valladolid y recogido en la Escribanía de Ayala, entre las dos hijas de Joseph Gómez de Mendoza, junto con sus respectivos maridos y Antonio de la Cerda, que, en ese momento, era el descendiente, por línea de varón, de Inés Gómez de Ciudad Real, la hija mayor del fundador. La sentencia de este pleito da la tenuta o posesión a Antonio de la Cerda, constituyéndose en el VII Señor de Pioz y pasando el Señorío a la familia de la Cerda.

Las relaciones topográficas de Felipe II

Éstas Relaciones constituyen el primer intento de la Corona para disponer un mínimo conocimiento e información sobre los lugares que integraban territorialmente el Reino. Se llevaron a cabo en 1578, a través de los Gobernadores y Corregidores de cada territorio. Solo 700 municipios remitieron sus respectivas Relaciones, si bien en el caso de Guadalajara la respuesta fue mayoritaria.

Pioz realizó su Relación el 11 de mayo de 1579, a instancias del requerimiento del Corregidor de la Ciudad de Guadalajara, el Licenciado Villegas, reuniendo para ello al Alcalde ordinario, Pedro Sánchez, los dos Regidores, Pedro Ortiz y Juan Ruiz de Gonzalo, y 7 Diputados y hombres buenos de la localidad, junto con el Escribano de la Villa, Juan de Uceda.

La Relación aporta, a esa fecha, la existencia de 124 casas y 130 vecinos cabeza de familia, por lo que si asumimos medias de 4 a 5 personas por unidad familiar, podrían suponer una cifra en el entorno de los 500 – 600 vecinos persona física.

Del análisis de los Libros de Difuntos de la Iglesia, en el entorno de la fecha de realización del censo, se obtienen medias anuales de muertes, en el entorno de las 10 a 12, con lo que, suponiendo una esperanza de vida en esa época sobre los 30 a 35 años, parece que el número de familias del censo pudiera estar exagerado, siendo más lógicas cifras en el entorno de los 400 vecinos persona física. No obstante lo anterior, en la propia declaración relatan que la población había sido mayor, habiendo disminuido en los últimos años por “pestilencias”.

Declaran que Pioz se incluye en el Reino de Toledo, en suelo de Guadalajara, teniendo ésta última representación en Cortes, y siendo principio de la Alcarria. En el ámbito eclesiástico, pertenece al Arzobispado de Toledo, a 16 leguas de la Villa, y, dentro de éste, al Arcedianazgo de Guadalajara, a 3 leguas.

Dicen que Pioz constituye parte de un Señorío, siendo su Señor, Jusepe Gómez de Mendoza, quien nombra Alcaldes ordinarios, Regidores, Escribano y cualquier otra figura precisa para su gobierno. Según se comenta al final del documento, su madre, Cathalina de Zúñiga Carrillo, actúa como Gobernadora del estado y persona de dicho Señor, participando en los nombramientos, habiendo fallecido su padre, Pedro Gómez de Mendoza, que a su vez era hijo de Álvar Gómez de Ciudad Real -el Joven-.

En cuanto a la administración de justicia, exponen que las sentencias a los pleitos las dictan los Alcaldes, pudiendo apelarse ante el Señor de la Villa y, en caso de agravio -recurso de alzada-, ante la Cancillería de Valladolid, que dista 36 leguas, sin estar sujeta a ningún otro pueblo, por ser Villa y tener jurisdicción propia.

Relatan que la mayoría de vecinos viven de arar y coger pan y cavar viñas y olivares y otros de sus trabajos, de ir a jornal con vecinos de posibilidad y algunos, además de su labor de pan y vino, tienen trato y granjería con la compra de carneros y su venta a pérdida o ganancia.

Dicen que la Villa de Pioz es escasa de agua, con dos fuentes de poco manar que en tiempo estéril se secan, debiendo proveerse de un pozo que está cerca de la Villa. Que, en consecuencia, van a moler sus ciberías -granos- al rio Tajuña, a una legua corta de la Villa.

Exponen que junto al pueblo hay una fortaleza de cal y canto, fuerte y bien labrada, con su puente levadizo y cava y que es del Señor de Pioz. Que las casas de la villa tienen su fundación de piedra y barro, por haber abundancia de cantos, y que de cimiento arriba son de tapiería de barro con piedra, las vigas de madera de olmo, que se cría en el término, y los atajos de los aposentos son de yeso, que se trae de otros términos, a una legua.

Declaran que en la Villa hay una parroquia, que se dice de San Sebastián, y que además del Cura propio y dos Capellanes Clérigos Presbíteros. Que, además, hay dos Ermitas, la de San Roque y la de Nuestra Señora de la Mata y que acuden a ellas de pueblos comarcanos, en tiempos de necesidad, para sus procesiones. Dicen que la Villa guarda devoción a San Roque, por la peste, y a San Agustín.

Esta Relación de Pioz tiene un valor histórico relevante, por ser el primer documento escrito que define alguna de sus características y su situación general.

El privilegio de Alcabalas Reales de Felipe II

En ésta época se produjo un hecho relevante para Pioz, el Rey Felipe III firmó en Trujillo, el 12 de diciembre de 1619, un Privilegio para la Villa y Comarca de Pioz, por el que vende las Alcabalas Reales, en empeño de juro de al quitar, con alza y baja, al Concejo y Justicia de Pioz, en todo su término y jurisdicción, con efecto desde el 1 de enero de 1616.

Las Alcabalas Reales eran un impuesto cobrado originalmente por los Concejos que, tras varias atribuciones temporales de éste al Rey, para gastos extraordinarios, en 1393 paso a la Corona a perpetuidad. Éste se aplicaba, con la excepción de algunos productos, sobre todas las transacciones de bienes muebles e inmuebles y constituía la mayor fuente de ingresos de la Hacienda Real, ya que el Diezmo, aunque era mayor, solo iba en parte al Rey, al estar, en su mayoría, destinado a la Iglesia.

En el caso de Pioz, las alcabalas grababan con treinta mil maravedís por millar -un 3%- todas las compras y ventas que se daban en su territorio. A la fecha del Privilegio, las Alcabalas estaban prorrogadas de 1611 a 1625 y su venta no era otra cosa que el ceder el cobro de este impuesto al propio Concejo, hasta 1625, a cambio del una cantidad equivalente a la que se preveía cobrar desde 1616 hasta ese año, es decir, el privilegio no era tal, era realmente un adelanto que hacía Pioz a la Corona, por aquella época muy mermada de fondos por las numerosas guerras que mantenía. 

El beneficio para Pioz estaba en que se prolongaba el derecho de cobro más allá de 1625, sin fecha establecida y sin entrar en encauzamiento -obligación-, aunque se prorrogaran los derechos de Alcabala para todo el Reino más allá de 1625. No obstante, la Corona se protegía incluyendo la frase “ siempre de acuerdo a las Reglas del Cuaderno de Alcabalas Reales que se pudieran dictar”, es decir, que cabía la posibilidad de cambiar las reglas y revocar el privilegio. En la práctica esto no paso y quedó como un impuesto propio del Concejo.

Para determinar el pago que debía realizar el Concejo (realmente ya lo había realizado cuando se dictaron los Privilegios), la Contaduría Real de Hacienda fijo en 101.500 maravedíes la riqueza que se generaba anualmente en Pioz, por lo que aplicando el 3% anual a los 10 años en que, inicialmente, se cedía el cobro, estableció el precio en 345.000 maravedíes.

Este Privilegio tenía repercusión no solo para Pioz, también implicaba a una serie de nobles y prestamistas que, a cambio del cobro directo al Concejo de una parte de las Alcabalas, realizaron en su día préstamos a la Corona. El Privilegio eximía a Pioz del pago a estos, aunque el Rey ya tenía hipotecada una buena parte de los impuestos de Alcabala de Pioz.

El Privilegio también establecía que si los Reyes sucesivos eliminaran el derecho, se devolvería lo pagado, así como el que el Concejo no podía vender estos derechos fuera del Reino, aunque si podía dentro de él. También fijaba que si los vecinos vendiesen o remunerasen estos derechos a terceros, en interés fijado sería como máximo de a 10 por millar (1%).

El periodo Barroco. Final de la Casa de Austria

Dentro de éste periodo cabría diferenciar dos partes de cara a la historia de Pioz, el siglo XVII, un periodo relativamente tranquilo en el que el Reino de España está gobernado por la familia Habsburgo, la Casa de Austria, inaugurada por Carlos I, el Emperador, en 1516 y que acaba con la muerte sin descendencia de Carlos II, el Hechizado, en 1700 y una segunda parte más convulsa, la primera mitad del siglo XVIII, que se inicia con la Guerra de Sucesión, de notable incidencia en Pioz, y para España, a partir de la que se instaura la dinastía de los Borbones, cuyos primeros años se caracterizan por unas notables dificultades económicas en el conjunto del Reino.

Luis Gómez de Mendoza, VI Señor de Pioz, es el poseedor de Mayorazgo en los inicios de éste periodo, heredado a la muerte de su hermano Joseph, si bien no se tiene mayor referencia histórica que la del pleito por la sucesión del Mayorazgo que se inició a su muerte, que debió suceder entre 1600 y 1610.

De éste pleito se conoce el texto de la sentencia, conservada en el Archivo Histórico Nacional. Luis Gómez de Mendoza no tuvo descendencia , por lo que sus dos sobrinas, hijas de Joseph, que también había ostentado el título, se consideraron con derecho a la sucesión. Estas eran María Gómez de Mendoza, casada con Pedro de Arrieta, y Agustina Gómez de Mendoza, casada con Juan Luis Gaytán de Ayala, hijo de Juan Gaytán de Ayala, fundador del apellido y Señor de Fuente El Saz, Villafranca y Magacela.

Por otro lado, en la fundación del Mayorazgo, Álvar Gómez de Ciudad Real, el Viejo, había establecido que, en caso de romperse la sucesión por línea de varón de su hijo Pedro, el Mayorazgo pasaría a su hija mayor Inés, y de ésta a su descendencia masculina.

Fue entonces cuando apareció en escena Antonio de la Cerda, hijo de Francisco de la Cerda y Jerónima de Zarate, y nieto, a su vez, de Francisco de la Cerda y Ana de Marmol y Tovar. Francisco era el único hijo varón del matrimonio habido entre Inés Gómez de Ciudad Real y su segundo marido, Antonio de la Cerda, II Señor de Torrecuadrada, y era en quien residían los derechos de herencia, por línea del varón primogénito, de la hija de Álvar Gómez de Ciudad Real, designada como segunda opción dinástica en la constitución del Mayorazgo.

Este inició un pleito contra María y Agustina Gómez de Mendoza y sus respectivos hijos varones, para reclamar los derechos del Mayorazgo de Pioz. Este pleito, cuya sentencia se dicto el 20 de abril de 1614 y que se conserva en el archivo de pleitos de la Escribanía de Cámara de Ayala, dio la razón a Antonio de la Cerda, declarándole poseedor del Mayorazgo, con todos sus derechos, desde el momento de la muerte de Luis Gómez de Mendoza, por lo que este pasó a ser el VII Señor de Pioz, instaurándose el apellido de la Cerda en el Señorío de Pioz.

A la muerte de Antonio de la Cerda, que ya ostento el Mayorazgo con una cierta edad, heredó el título su primogénito, Francisco de la Cerda, que paso a ser el VIII Señor de Pioz. Francisco contrajo matrimonio con Lucía Brizuela y tuvo seis hijos, los dos mayores varones solteros y cuatro hijas, Juana de la Cerda, casada con Gabriel Guerrero Luna, que no tuvo hijos, Ana e Inés, que profesaron como monjas, y Mariana de la Cerda, que casó con Joseph Benito Riaño y tuvo al menos dos hijos Rosa María Riaño de la Cerda y Joseph de la Cerda.

Con la muerte de Francisco de la Cerda, que debió ocurrir entre 1660 y 1670, se inició una nueva serie de sucesiones poco usuales en el Mayorazgo, también debida a la ausencia de descendencia de sus hijos. En primer lugar lo heredó su primogénito, Antonio de la Cerda, que, por tanto, sería el IX Señor de Pioz, que moriría sin descendencia, pasando el Mayorazgo a su hermano, Luis de la Cerda, que sería el X Señor de Pioz.

La muerte de Luis de la Cerda, que debió producirse entre 1690 y 1695, también sin descendencia, volvió a originar un nuevo pleito por el Mayorazgo, ya que al no quedar más hermanos varones, la herencia recaería en una mujer, lo que volvió a desatar las posibles interpretaciones de la sucesión en la fundación de éste, ya que frente a la herencia por una mujer en esta línea, los herederos de las dos hijas de Joseph Gómez de Ciudad Real, V Señor de Pioz, desbancadas de la sucesión por el anterior pleito, reclamaban que, en caso de caer la herencia en mujer, tenía preferencia la línea del primogénito del fundador del Mayorazgo. Con el mismo argumento, los descendientes de la hermana de Pedro Gómez de Mendoza, IV Señor de Pioz, Isabel de Mendoza, casada con Juan Suarez Estrada, reclamaron también la sucesión.

De esta forma, se inició, en 1696, un complejo pleito entre José de Chaves, heredero por la línea de Agustina Gómez de Ciudad Real, María Josepha de Arieta, heredera por la línea de María Gómez de Ciudad Real, Diego Suarez Pacheco, heredero por la de Isabel de Mendoza y, por la linea de la Cerda, Juana de la Cerda, hija mayor de Francisco de la Cerda y hermana del último poseedor del Mayorazgo, Luis de la Cerda.

El pleito, celebrado igualmente en la Chancillería de Valladolid, concluyó en una sentencia que interpretaba que, una vez cumplido el condicionante establecido en la fundación del Mayorazgo, de paso del derecho de sucesión a la hija mayor del fundador, Álvar Gómez, por la rotura de la línea de sucesión de varón en su primogénito, el documento de fundación no establecía condición alguna para la sucesión de varón o mujer, únicamente afectada por la mayor edad del descendiente que se establecía para los Mayorazgos.

De esta forma, se otorgó la tenuta, o posesión, del Mayorazgo a Juana de la Cerda, que pasaría a ser la XI Señora de Pioz. De esta forma, a partir de ésta en adelante, se consolida la sucesión en primogénito varón, o en caso de no existir varón, en la primogénita mujer.

La Guerra de Sucesión

Si bien en el siglo XVII no se ha encontrado ninguna otra reseña significativa en relación a Pioz, a inicios del XVIII si se da un acontecimiento de enorme relevancia que, por las referencias encontradas, si tiene una afección directa a Pioz. Es la llamada Guerra de Sucesión, motivada por la muerte sin descendencia de Carlos II en el año 1700, que había dejado como heredero a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y, por tanto, de la dinastía Borbón, emparentado por casamiento con Carlos II. Sobre este aparece otro candidato, el Archiduque Carlos de Austria, de la dinastía de los Habsburgo, como Carlos II, y también emparentado con éste por matrimonios.

A la coronación del heredero dejado por Carlos II, entronizado como Felipe V, y dado el desequilibrio de fuerzas que genera la alianza de Francia y España en Europa, se forma una alianza antiborbónica, defensora de los derechos dinásticos del Archiduque Carlos, que reúne, en Europa, a los Habsburgo alemanes, Prusia, Portugal, Gran Bretaña. Países Bajos y el Ducado de Saboya y, en España, a Aragón, Valencia, Cataluña y Mallorca, todos frente al recién entronizado Felipe V, que, en la práctica, solo estaba apoyado por Castilla y Francia.

El enfrentamiento entre ambos bandos genera una cruenta guerra civil en España, con una fuerte repercusión en la Europa de entonces. La guerra no finaliza hasta 1714 con el tratado de Utrech, aunque Cataluña y Mallorca siguen peleando hasta su derrota en 1715. Consecuencia de esta guerra es el paso de Menorca y Gibraltar a soberanía británica. Guadalajara, que siempre estuvo al lado de Felipe V, fue unos de los escenarios más encarnizados de las batallas libradas, tanto por su proximidad a Madrid como por ser limítrofe, por el este, de los territorios españoles enfrentados, con lo que fue objeto de una especial devastación.

En este contexto, en 1706, se enfrenta un ejército aliado, compuesto por británicos y holandeses, junto con españoles de los territorios enfrentados del antiguo Reino de Aragón, bajo el mando de Galloway, al que defendía a Felipe V, al mando del Duque de Berwick. De la contienda resulta especialmente dañada Guadalajara, no solo la ciudad, también las aldeas del entorno, sobre las que Galloway ordena arrasar, tanto los pueblos y sus casas como las cosechas, viñas y olivos, tanto por venganza frente al apoyo que Guadalajara prestaba a Felipe V, como por ser un área de abastecimiento a Madrid y, por tanto, a los ejércitos enemigos.

En 1710 Guadalajara fue de nuevo arrasada en el avance de las tropas aliadas para defender a parte de su ejercito, cercado en Brihuega, siendo también escenario, éste mismo año, del principio del fin de la guerra, al derrotar las tropas castellanas, al mando directo de Felipe V, al ejercito aliado en la batalla de Villaviciosa de Tajuña, actual pedanía de Brihuega, en Guadalajara, lo que definitivamente inclinó la balanza a su favor.

Respecto a la afectación de esta guerra a Pioz, queda registrado en la documentación histórica -Catastro de la Ensenada y Pleitos por impuestos-, que la Villa fue tomada por el ejercito de Galloway el 12 de agosto de 1706, volviendo a ser objeto de una nueva invasión en 1710.

No se conserva un relato cierto de la cuantía o alcance de los daños producidos a la población o en sus construcciones, pero si que se menciona específicamente que, en 1706, arrasaron las Casas Consistoriales, perdiéndose todos los archivos y registros. Es lógico que, siguiendo las órdenes dadas, el ejercito aliado devastara los cultivos, vides y olivos y saqueara sus cosechas y bienes, y que un cierto número de sus casas corrieran la misma suerte que muchas de las de Guadalajara, que fueran quemadas.

En cuanto a la población de Pioz, es esperable que se produjeran numerosas bajas, tanto en el propio acto de toma y destrucción como por la más que segura participación de alguno de sus pobladores en los ejércitos castellanos que lucharon en estas batallas.

Una cierta idea de la devastación nos la puede dar la comparativa de los censos más próximos a ésta guerra, el previo de Felipe II, de 1579, y los posteriores de Campoflorido, de 1712, y el Catastro de la Ensenada, de 1750, este muy preciso. La diferencia, arroja una pérdida de población de 240 vecinos persona física -casi el 60% de ésta- y 83 casas – cerca del 70% de las preexistentes-. Aunque dentro del periodo entre estos censos hubo epidemias, y se pudo dar una cierta emigración, las cifras de disminución de población, y, sobre todo, la de casas, llevar a asegurar una enorme devastación en ésta guerra.

Periodo Barroco. Instauración de los Borbones

La resistencia, o incluso relativa victoria, de Felipe V en la Guerra de Sucesión lleva a la firma del Tratado de Utrech – Rastatt, de 1713 a 1715, entre España, y Francia como aliados, por una parte, y Reino Unido y Países Bajos, por la otra. El Tratado consolida la posición de los Borbones en España, pero constituye una pérdida de hegemonía de España y Francia en el contexto europeo, además una situación económica catastrófica, por los costes de la guerra. Si bien equilibra el poder terrestre europeo de ambos bloques, supone una posición más ventajosa para el Reino Unido en el mar, donde, a través de las cesiones de Gibraltar y Mallorca, comienza un control creciente del comercio marítimo.

En España, cuyo territorio se había llevado la peor parte en las batallas, la situación económica era notablemente peor, especialmente en Guadalajara, donde se habían dado una buena parte de ellas, Prueba de la destrucción que debió producirse, es que, después de la guerra, Felipe V condono la fuerte deuda que Guadalajara mantenía con la Corona, de más de 20 millones de maravedíes, y le perdonó parte de los impuestos reales por seis años, posteriormente prorrogados.

De forma especifica, a Pioz se le condonó el pago de 20.000 maravedíes por cada trienio. No se ha encontrado la Orden Real inicial, ni las primeras prórrogas de éste otorgamiento de condonación de impuestos reales a Pioz, pero si se ha localizado copia de una de sus prórrogas, la Cédula que el Rey, Felipe V, firma, en su Palacio de El Pardo, el 4 de marzo de 1739, en la que se prorroga, en 10 años adicionales el privilegio de rebaja de las Rentas Reales, argumentando que persistían “los mismos y aún mayores trabajos” que motivaron su concesión. Se entiende que estos trabajos son los de reconstrucción y normalización de Pioz tras la Guerra de Sucesión.

Con objeto de lograr un reparto más justo de las cargas necesarias para sufragar los múltiples gastos y deudas del Reino, derivadas de la Guerra de Sucesión, verificar la situación derivada de ésta y, sobre todo, comprobar el número de contribuyentes reales que había en España, el Real Consejo de Hacienda llevó a cabo, en 1712, el denominado Censo de Camploflorido, llamado así porque el Marqués de Campoflorido ordenó concentrarlo, en 1717, en su Secretaría de Hacienda.

Este censo recoge para toda España, exceptuando los territorios con Fueros propios, el número de vecinos que pagaban impuestos al Rey, excluyendo expresamente al Clero y, tácitamente, al estamento militar. El censo también excluía a los pobres de solemnidad y a parte de las viudas, ya que solo las contaba como medio contribuyente.

Con éstas premisas, el censo aporta para Pioz una cifra total de 23 contribuyentes. Con ésta cifra, no es fácil llegar a saber los habitantes reales totales que, a esa fecha de 1712, podía haber en Pioz, pero analizando la relación que, en algunos municipios, se da entre vecinos contribuyentes y los llamados vecinos de comunión -excluidos niños-, se puede establecer un factor aproximado de 7 vecinos totales por vecino contribuyente, con lo que la población total de Pioz, en ese año, se podía estimar en unas 160 personas. Para analizar con perspectiva esta cifra, hay que entender que ésta era la población después de los efectos y daños que la guerra había infringido a Pioz.

Si se comparan los datos anteriores con los declarados en las Relaciones de Felipe II, de 1579, vemos que en los 135 años transcurridos se ha producido una más que notable disminución de la población, de 130 unidades familiares entonces a 30 o 40 ahora – aún considerando una mayoración por pobres y viudas no contadas-, con lo que las estimaciones de población total pasarían de los 400 vecinos de entonces a los 160 de 1712, y eso que en las Relaciones de Felipe II ya se reconocía una disminución de la población por epidemias.

Esta disminución de población cabe atribuirla, en parte, a las sucesivas epidemias de peste bubónica, conocidas como pestes españolas, entre 1596 y 1602, entre 1647 y 1652 y entre 1676 y 1685, que se llevaron más de un millón de vidas en España, si bien no cabe duda que el efecto de haberse arrasado Pioz, en 1706 y 1710, durante la Guerra de Sucesión, y la propia participación de vecinos como tropa, debió conllevar un elevado número de victimas, acrecentado por el efecto posterior del hambre, al saquear las cosechas. También se conoce, aunque no se sabe su efecto en Pioz, que ésta guerra provocó una fuerte epidemia de tifus, aún siendo más incidente entre las tropas que en la población civil.

Aunque el Censo de Campoflorido no aporta el número de casas existente a esta fecha, el posterior Catastro de la Ensenada, en 1752, aporta una cifra de 41 casas en esa fecha, lo que supone una disminución de 83 casas respecto a las 124 declaradas en las Relaciones de Felipe II, en 1579. Esta disminución es consecuencia lógica de la despoblación, pero si podría apoyar la teoría de desaparición de un número elevado de casas en el saqueo de Pioz durante la Guerra de Sucesión.

En cuanto al Mayorazgo de Pioz, desde la sentencia ganada por Juana de la Cerda, ya comentada no se tiene noticia alguna hasta la aparición de un nuevo pleito en relación a su sucesión. Este se conoce a partir de una sentencia dada por la Cancillería de Valladolid el 6 de septiembre de 1746, ratificada en una posterior sentencia, en segunda súplica, que se emite por el Consejo de Castilla el 18 de marzo de 1747 y concluye en la ejecutoria de su Majestad el Rey y del Consejo de Castilla de fecha 2 de abril de 1749.

El pleito se inicia a partir de la muerte, sin una sucesión, de la XI Señora de Pioz. Juana de la Cerda y Gómez de Ciudad Real, quien, según se describe en la sentencia, era la última propietaria indubitada del Mayorazgo y, por tanto, del Señorío de Pioz. No se ha encontrado referencia de la fecha precisa de la muerte de Juana de la Cerda, pero debió ocurrir en años previos al inicio del pleito, en el entorno de 1740 a 1745.

Si se conoce la orden, dada en Madrid el 28 de enero de 1741 por Lucas Manuel de Arce Gómez de Ciudad Real, Alcedo – Arrieta y Orozco, actuando como Señor de Pioz, para el nombramiento de Francisco Olmeda como Escribano de número de Pioz, el Pozo, Atanzón y Yélamos. Este Lucas Manuel fue la persona que se atribuyó inicialmente la sucesión en el Mayorazgo de Pioz, habiendo sido participe, como litigante, en el anterior pleito que dio la tenuta a Juana de la Cerda y que la sentencia del comentado pleito desplazaría del cargo.

El pleito se inicia con la demanda de los derechos al Mayorazgo de Joseph de la Cerda y Gómez de Ciudad Real, residente en Calatayud, en el Reino de Aragón, frente a Joseph de Arce y Arrieta, del Consejo del Reino y Presidente de la Cancillería de Granada, y su mujer, María Josepha de Arrieta y Gómez de Ciudad Real, que parece habían asumido y tomado posesión de los derechos de herencia para instituirlos en su nieto. 

La muerte de estos en el proceso implica que la sentencia afectara directamente a su hijo, Joseph de Arce y Arrieta y, sobre todo, a su nieto, Lucas Manuel de Arce y Ciudad Real, quien se había atribuido los derechos de herencia y quien, de lo que se conoce, habría ejercido las funciones de Señor de Pioz, tanto por la antes comentada orden de nombramiento de Secretario como con la designación de representante en la Villa. Dado el tiempo transcurrido entre el primer acto de nombramiento conocido y la fecha de la sentencia definitiva, parece lógico pensar que este habría ejercido como Señor de Pioz un mínimo de siete años.

La sentencia final da la razón a Joseph de la Cerda, sobrino de Juana de la Cerda, última señora de Pioz, e hijo de su hermana pequeña, Mariana, casada con Joseph Benito Riaño, atribuyéndole el Mayorazgo y Señorío de Pioz y sus agregados, con todos los derechos, jurisdicciones, fueros y regalías que le correspondieran, por lo que se convierte en el XII Señor de Pioz. Se condena a los demandados, y en su representación a Lucas Manuel de Arce y Gómez de Ciudad Real, a costas de fianza de mil quinientas doblas y a restituir al demandante todas las rentas y regalías recibidas desde la muerte de su abuelo, Joseph de Arce. Se ignora porque la restitución se dicta desde la muerte de este y no desde la de la última poseedora del Mayorazgo, Juana de la Cerda.

De ésta sentencia se aporta copia al Concejo de Pioz, que el 2 de abril de 1749 procede a celebrar junta en ayuntamiento “a campana tañida” para tratar lo recibido y proclamar al nuevo Señor de Pioz. De la transcripción del Acta de Proclamación, que se ha conservado, es reseñable la exposición del procedimiento seguido en esta,  seguramente similar a como se había hecho, tradicionalmente, en ocasiones anteriores y que por su interés histórico local, resumimos a continuación.

En primer lugar se procedió a la anteriormente citada reunión del Concejo, en la que se expuso y aceptó la sentencia remitida. Una vez conocido y aceptado el nombramiento del nuevo Señor de Pioz, el Concejo, en procesión, sale del Ayuntamiento a buscarle a la casa de la Villa en que está alojado, desde donde se le acompañará, de nuevo, a las Casas Consistoriales.

Llegados a las Casas Consistoriales, entran a la Sala Capitular, donde el nuevo Señor toma asiento, en lugar preeminente, rodeado del Concejo y toma el bastón e insignia en representación de la Jurisdicción del Mayorazgo y Señorío. Acto seguido manda celebrar nueva elección de todos los cargos de la Villa.

Después salen los miembros del Concejo y el nuevo Señor a las puertas de las Casas Consistoriales, donde son aclamados por los vecinos, pasando a desplazarse a la Iglesia Parroquial de San Sebastián, donde los recibe el Cura Propio de Pioz y toman asiento el Señor de Pioz, Concejo y Patronato de la Iglesia, desde donde ofrecen una oración al Santísimo Sacramento.

Desde la Iglesia salen en comitiva hasta el Castillo, donde el Señor de Pioz y los del Concejo suben a las murallas y almenas, circundando el Castillo y asomándose a todas sus torres, a la vez que tañen las campanas de la Iglesia y les aclaman los vecinos, con lo que se da por finalizada su toma de posesión. Según se transcribe en el acta, una vez finalizada la toma de posesión, el representante del Señor de Pioz repartió monedas entre los vecinos. De todo ello levantó acta el Escribano de número de la Villa de Pioz, firmándola con él todos los miembros del Concejo.

Privilegio de corredor y fiel medidor de Felipe V

A inicios de 1700, la Villa de Pioz inició un pleito con la Corona para recabar, para su Concejo, el derecho del Cuarto de Fiel Medidor, que establecía, a favor del Rey, un impuesto de 4 maravedíes por cada arroba de vino, vinagre y aceite que se producía o comercializaba en la Villa.

El pleito fue ganado inicialmente, pero establecía que no sería firme hasta presentar el nombramiento de Fiel Medidor. En este intermedio, la ocupación de Pioz por las tropas de la alianza europea en la Guerra de Sucesión y el saqueo de las Casas Consistoriales destruyó toda la documentación, impidiendo seguir con el proceso.

Al amparo de esta circunstancia, se interpuso ante la Corte una apelación que concluyó con la decisión real de suspender el juicio y decretar, por parte del Rey Felipe V, un Privilegio singular por el que se libera a la Villa de Pioz de los oficios de Corredor y Fiel Medidor, que establecía el Decreto de Incorporación de Alcabalas, Cientos, Miles y otros impuestos, y se le otorgan al Concejo estos derechos, aún a perjuicio de la Hacienda Real. La Cédula la firma el Rey, en San Ildefonso de la Granja, el 12 de agosto de 1706.

El Catastro del Marqués de la Ensenada

Aunque se conoce como Catastro de Ensenada, en su tiempo se conoció como Establecimiento de la Única Contribución, siendo un censo exhaustivo de los habitantes, casas, tierras, propiedades y rentas existentes en los más de 15.000 lugares que se integraban en el ámbito de la antigua Corona de Castilla. Se realiza con una finalidad última de unificar y hacer más justos los impuestos, pero la oposición de las familias más poderosas y el poder eclesiástico, impidieron llevar a cabo estos fines.

Se realizó a partir del Real Decreto de 10 de octubre de 1749, dado por el Rey Fernando VI, a propuesta de su Ministro Secretario de Hacienda, India, Marina y Guerras, Zenón de Somodevilla, Marqués de la Ensenada, y constituye el primer censo estadístico exhaustivo de la riqueza que se ha realizado en España.

Su realización se centralizó el la Real Junta de Única Contribución, desplazando Jueces subdelegados, Oficiales Mayores, Escribanos Secretarios, Intendentes y Escribientes a cada lugar, para levantar y medir las casas, propiedades y parcelas, a la vez que se recopilaban las rentas.

Resulta una operación de una dimensión y ambición ingente para la época. Se formaron más de 1.200 audiencias, o equipos de campo, formadas por más de 6.000 personas, utilizando a más de 60.000 peritos locales, además de los 3.000 oficiales y amanuenses que trabajaban en las Contadurias, todo ello durante casi 7 años. Se crearon inventarios diferenciados para el clero y los laicos, para su tratamiento diferenciado ante la posible negativa de la Iglesia a su aplicación, como ocurrió.

La recopilación de los miembros de todas las unidades familiares y del clero, con nombres y edades, permitió confeccionar una Relación de Vecindario mucho más precisa que las únicas dos que la habían precedido, la de 1591 de Felipe II y el Vecindario de Campoflorido, de 1717.

En Pioz se levantó entre noviembre de 1751 y mayo de 1752, dirigido por Juan Díaz del Real, Coronel de Tercios de S. M., con plaza en Alicante, e Intendente de Rentas de la Ciudad de Guadalajara y su provincia, quien nombró a Antonio Peralta como Juez Subdelegado para los trabajos de establecimiento de la Única Contribución de Pioz y el Pozo de Guadalajara, con residencia en Pioz, apoyado por un Oficial Mayor, un Escriban  y tres Intendentes. Este equipo permaneció en Pioz durante todo el periodo de realización, instalados en su Posada.

Por parte del Concejo de Pioz, colaboraron los dos Alcaldes ordinarios de la Villa, los dos Regidores, el Escribano y el Cura propio de la Iglesia de San Sebastián. Bajo estos, se nombró una Comisión para el reconocimiento de casas y tierras en campo, formada por 3 vecinos. Los trabajos realizados se recogen en varios tomos, que reúnen más de 1.000 páginas, lo que da idea del volumen de información.

A la fecha de realización del Catastro, el censo arroja un total de 57 cabezas de casa (unidades familiares) con una población total, relacionada nominalmente, de 202 personas. De estas unidades familiares, 3 pertenecen al clero y, de las 54 de familias de legos, 17 son labradores, incluidas 4 mujeres viudas, 2 ganaderos, 14 jornaleros, 3 viudas sin oficio definido, 10 pobres de solemnidad, 3 de ellos viudas con hijos, y 8 reúnen a las familias vinculadas a oficios no agrarios, un escribano, un sacristán, un albañil, un carnicero, un barbero – sangrador, un mesonero – tendero, un herrero y un contador – guarda del ganado vacuno.

Dentro de la cifra de población total dada se incluyen 14 niños que residían, en régimen de internado, en la denominada Escuela de Gramática, que mantenía la Iglesia de Pioz, a cuyo frente estaba uno de los Capellanes, y que impartía una formación preparatoria previa al Seminario. Ésta escuela no queda referida en las Relaciones de Felipe II, por lo que su creación debió darse entre los siglos XVII y XVIII. La inexistencia de una escuela del Concejo, ni la de un maestro censado, hace pensar que la escasa formación que en esos tiempos se impartía a los niños de la Villa, se pudiera dar en esta misma escuela.

Si comparamos las cifras de población con el censo de las viviendas catastradas, que se elevan a 41 casas, de las que 9 tienen malas condiciones de habitabilidad y 5 están prácticamente arruinadas, vemos que unas cuantas familias, al menos 16, no disponían de casa propia. Esto se explica, seguramente, con la situación de convivencia en familias. Posiblemente también los pobres vivían acogidos en casas de vecinos, o algún jornalero, en la práctica, estaba alojado en la casa de su patrono.

En cuanto a la población, las 202 personas censadas suponen un incremento respecto al Censo de Campoflorido, inmediatamente posterior a la Guerra de Sucesión, del que se deducen unos 160 habitantes totales, lo que implica una cierta recuperación de los efectos de la guerra y de las epidemias. Aunque el Censo de Campoflorido no aporta el número de casas, la disminución de más de 80 casas desde las Relaciones de Felipe II, en 1579, es previsible que se produjera en la Guerra de Sucesión, donde Pioz fue arrasado, y que, desde ésta, hubiera subido ligeramente su número.

El catastro levanta la totalidad de construcciones existentes en el núcleo urbano, tanto casas como almacenes o bodegas, realizando la medición de sus fachadas, su profundidad y el contorno de los corrales, todo ello en varas. En el caso de las bodegas, que existían en casi todas las casas del pueblo, se aporta el número y capacidad, en arrobas, de las tinajas que contenían. 

Entre las edificaciones de carácter institucional catastradas en la Villa están las propias Casas Consistoriales, ubicadas en la Plaza Mayor, donde están en la actualidad, que servían de Pósito, Archivo y lugar para Juntas, la Casa Mesón, ubicada en la Calle Real, actual Calle Mayor, próxima a la Plaza Mayor y que, arrendada por el Ayuntamiento, mantenía los servicios de posada, tienda, taberna y pupilaje para caballerías, la Fragua, situada en la Plaza Mayor y soportada por el propio Ayuntamiento, que daba servicio a todos los vecinos, la Carnicería, arrendada por el Ayuntamiento y situada junto a las Casas Consistoriales, frente a la desembocadura de la actual Calle de la Carnicería, de ahí su nombre, y la Bodega o Tercia, extramuros, que servía de almacén para los diezmos, recaudados en producto.

Entre los edificios eclesiásticos, estaba la propia Iglesia, que además de las funciones de culto, albergaba en su interior los enterramientos de la Villa, ubicada en el mismo lugar y con la configuración actual, la Casa del Curato, en la Calle Real, esquina a la Plaza Mayor, la Casa de Gramática que, formando línea con la Casa del Curato, ocupaba parte del lado sur de la Plaza Mayor, frente a la Iglesia, y toda la fachada sur de la actual Calle del Estudio, de donde también le viene el nombre. Entre ésta y la Casa del Curato, completando la fachada sur de la Plaza Mayor, estaba la casa de la Cofradía del Santísimo.

Además de las anteriores construcciones eclesiásticas, existían en la Villa tres Ermitas, la de la Virgen de la Mata, cerca de la fuente del mismo nombre, la de San Roque, ubicada en el mismo emplazamiento que ahora ocupa el cementerio, y la de la Soledad, que es la única que se ha mantenido hasta hace unos años, ubicada en el arranque del Camino de la Noria, próxima a la salida del pueblo, en cuyo emplazamiento se ubica actualmente una cruz. Las Relaciones de Felipe II solo recogían las dos primeras ermitas, por lo que la Ermita de la Soledad se tuvo que construir en el periodo entre ambos, finales del siglo XVI a inicios del XVIII. Las tres Ermitas eran administradas por Cofradías y disponían de tierras propias que servían para su sustento, normalmente en su entorno.

El catastro identifica otra construcción eclesiástica singular en Pioz, el Hospital, denominado de la Virgen de la Antigua, coincidente con el ya recogido en las Relaciones de Felipe II, que se describe como una edificación para el acogimiento de enfermos transeúntes o pobres, a diferencia de la anterior referencia, que hablaba de un número importante de camas. No se ha podido definir su ubicación. La administración se realiza a través de una institución propia dependiente de la Iglesia y se mantiene con una asignación de 100 reales de Censos y el fruto de tierras propias, cedidas por vecinos.

La otra construcción singular de Pioz era el Castillo Fortaleza, tal y como ha llegado hasta nuestros días, en ese tiempo perteneciente, junto a las tierras aledañas a él, al Señor de Pioz. Ya en el relato que se hace de él en el Catastro se habla de que, a esas fechas, estaba parcialmente arruinado y sin residente alguno.

En cuanto a la estructura del núcleo de la Villa, no era muy distinta a la parte vieja del que hoy conocemos, incluso en extensión, ya que hay que tener en cuenta que todas las casas tenían cuadras y corrales que ocupaban una considerable superficie. El contorno del pueblo estaba ocupado por arrañales y eras. Estas últimas agrupadas en dos zonas, las de arriba, en el borde noroeste, y las de abajo, al sur del núcleo. En cuanto a la estructura de calles, con un trazado relativamente similar al actual, el conjunto se articulaba en torno a la Plaza Mayor, más grande que la que ahora conocemos, al no existir el edificio actual frente al Ayuntamiento, e integrar este espacio, y la llamada Calle Real, como eje principal. Su trazado partiría de la intersección de la actual Calle Mayor con la del Calvario y continuaba el trazado de la actual Calle Mayor hasta casi su final, para girar siguiendo el trazado de la Calle de las Platerías, hasta su cruce con la actual Calle de la Soledad, donde finalizaba.

Sobre esta estructura se articulaban algunas calles significativas, como la del Vía Crucis, coincidente con la actual del Calvario, la llamada Calle que va a la Carnicería, coincidente con su nombre actual, o la Calle que va al Castillo, también coincidente en su nombre con la actual. El resto de calles, de menor entidad, especialmente las perimetrales, se nombraban por los caminos o lugares a los que llevaban, así nombres como calle que va a la Soledad, calle que va a la Fuente, calle que va al camino de Guadalajara, etc.

Respecto a las infraestructuras del término municipal, están descritas cuatro fuentes, coincidentes con las actuales fuentes de la Mata, la Hontanilla, la Fuente García y la situada extramuros del pueblo, la Fuente de Abajo, que entonces denominaban como Fuente Salobre. Parece que ésta ultima y la Mata eran las habitualmente utilizadas en el pueblo. Su estructura de pilones debía ser similar a la actual.

Además de las fuentes, se recoge la existencia del pozo de la Noria, en su emplazamiento actual. Las Relaciones de Felipe II hablaban de solo dos fuentes y el pozo, si bien cabe atribuirlo a que entonces las aguas no se recogieran, ya que los manantiales de agua no surgen de forma espontánea. Esto sería aplicable a alguna otra fuente ahora existente y que no se recoge en estos documentos.

En cuanto a los caminos, en el Catastro de la Ensenada están recogidos hasta 35 nombres de caminos y sendas, entre los que figuran todos los actuales, pero son muchos más de los que ahora se conocen y aún estos seguramente con un trazado modificado. Esto deriva del proceso de concentración parcelaria que se realizó en la primera mitad del siglo XX, que ha llevado a un notable agrupamiento de parcelas y una consecuente reducción de la necesidad de vías de acceso a éstas.

Una situación similar se da en el caso de los arroyos, donde, en los 19 recogidos en el Catastro, están incluidos todos los actuales. En este caso la desaparición de algunos nombres de arroyos es más atribuible a que en esa época un mismo cauce variara su nombre por tramos.

Si es significativa la situación respecto al número y nombre de los parajes. En el Catastro de la Ensenada se pueden identificar hasta 120 parajes diferentes, que, aún incluyendo los actuales, los duplican. Esta situación es consecuente a la alta división parcelaria que se daba en 1750, donde los parajes, junto con los caminos de acceso, eran la referencia para ubicar una parcela, lo que creaba la necesidad de definir áreas pequeñas para estos.

El Catastro de la Ensenada incluye una descripción, concreta y detallada, de la totalidad de parcelas incluidas en el término municipal, indicando a quien pertenecen, su dedicación, la superficie, en fanegas de puño y celemines, los propietarios linderos a norte, sur, saliente y poniente, la distancias en leguas y pasos al núcleo urbano y el paraje en que están enclavadas, incluyendo un esquema con la forma de la parcela.

En el conjunto del término se identifican como dedicaciones de los terrenos:

     – Las tierras de pan llevar sembradas con año de hueco, en las que se cultiva trigo, centeno, cebada, avena, garbanzos, almortas y lentejas, totalizando unas 1.900 fanegas cultivadas. Las producciones, por fanega y según calidades, estaban entre 1 y 4 fanegas de trigo, de 2 a 8 de cebada y entre 1 y 2 en el caso de garbanzos, lentejas, almortas, avena o centeno.

     – Las viñas y emparrados, que producen todos los años, reuniendo unas 500 fanegas. Solían tener marcos de 300 cepas por fanega, en viñas, y 200 en emparrados, con producciones de entre 3 a 12 arrobas de vino por fanega.

      -El monte bajo, con aprovechamiento para leña y carbón, cubría una superficie total próxima a las 200 fanegas. Su producción, cortada cada 10 años, daba unas 50 arrobas de leña por fanega

     – La dehesa boyal de pasto y leña, que reunía unas 60 fanegas. En leña, cortada cada 4 años, producía unas 20 arrobas por fanega, obteniendo, además, un real, por año y fanega, por el arrendamiento de los pastos.

     – Las alamedas, todas ubicadas en el paraje denominado el Val, tenían unas 50 fanegas de plantación vieja y 16 fanegas de nueva plantación. Se solían cortar 4 palos por fanega, en las plantaciones viejas.

     – Los prados de secano para pasto, con una extensión en el entorno de 20 fanegas, para aprovechamiento a diente de ganado ovino. Se obtenían, en arrendamiento, unos 7 reales por fanega y año.

     – La superficie de matorral con poco aprovechamiento, de carácter comunal, que reunirían unas 3.000 fanegas, con una producción de 2 cargas de leña por fanega, que se reparte entre los vecinos, y un aprovechamiento de pastos que da 8 maravedíes por fanega y año.

     – Los eriales, viñas no atendidas y tierras yermas, por imposibilidad o naturaleza, que totalizarían 3.250 fanegas. Se solían dar dos pasos de ganado mayor bovino, mular o asnal, empleado para labor, por año, obteniendo, igualmente, alrededor de los 8 maravedíes, por fanega y año, por arrendamiento de pastos.

     – Hay dos pequeñas superficies cercadas, dedicadas a colmenares, con unas 50 colmenas, por las que el Concejo cobraba un arrendamiento de 9 reales de vellón por unidad. 

De las dedicaciones anteriores se deducen unas 2.730 fanegas con explotación agropecuaria y unas 6.250 fanegas improductivas. Sobre estas estarían las eras de pan llevar y los arrabales de alrededor del pueblo, cuya superficie no es significativa.

En cuanto al ganado, se contabilizan 300 cabezas de ganado ovino y cabrio, con una producción estimada de unos 8 reales y 3 cuartillos, por cabeza y año (2 reales por lana, 2 por queso, 4 y medio por cría y un cuartillo por el sirle -basura-). No se hace esquileo ni aprovechamiento del ganado transeúnte, solo se le cobra el portazgo y se aprovecha el sirle en los descansaderos. Existen también 20 cabezas de ganado porcino y un número no identificado de gallinas, todos para consumo propio. Además, existen 16 pares de labor, de ellos 12 de vacuno y 4 mulares, además de 12 asnos para carga y 5 caballos para paseo.

De los impuestos de esa época, el principal era el Diezmo anual, de éste las Tercias -una tercera parte- era para el Rey y el resto formaba las Primicias -impuesto sobre el primer fruto- que iban destinadas al estamento eclesiástico. En Pioz las Tercias las tenía cedidas el Rey al Señor de Pioz, si bien el análisis de los importes en el quinquenio que recoge el Catastro de la Ensenada muestra que las Tercias reales entregadas al Señor suponen un 22% del importe del Diezmo (1.800 reales de vellón en 1752), con un 11% que se destina a Canon y Contribución, que maneja el Concejo.

El 67% del Diezmo, que constituyen las Primicias, se reparte en un 10% que recibe la propia Iglesia de Pioz, a través de la Fábrica de la Iglesia, un 16% que recibe el Cura Propio de Pioz, un 16% los dos Presbíteros, un 21% el Arzobispo de Toledo y un 4% el Arcediano de Guadalajara. En dos años del quinquenio aparece un 4% para Pila, que disminuye las anteriores partidas y cuyo fin se ignora.

Además de los Diezmos, que graban la generación de riqueza, existían otros impuestos singulares establecidos por la Corona:

     – Las Alcábalas Reales, un impuesto del 4% sobre lo comerciado en la Villa, que, por Privilegio otorgado por Felipe III, estaba cedido al Concejo. El Concejo solo repercutía este impuesto a los forasteros.

     – El derecho de Pasto de Ganado y Servicio Pecuario, que, como en el caso de las Alcabalas, por Privilegio Real, está cedido al Concejo, cobrándose solo a los forasteros. Se recaudaban medias de 100 reales de vellón anuales.

     – El Derecho de Corredor y Fiel Medidor, que impone 4 maravedíes por arroba de aceite, vino o vinagre producido o comercializado en la Villa, pero que también, por Privilegio de Felipe V, está cedido al Concejo, que no lo cobra a los vecinos.

     – El Portazgo, que graba el paso por el municipio de personas y mercancías y que el Rey tenía cedido al Señor de Pioz. Implica una media de 66 reales anuales, que cobraba el Concejo y entregaba a éste.

     – La Martiniega o Derecho de Vasallaje, enajenado de la Corona, que el Concejo paga al Señor de la Villa. en 1752 ascendió a 95 reales.

     – El Derecho de Paso de Ganados o Montazgo, que estaba cedido al Señor de Pioz. Su importe estaba en medias de 3000 reales al año y lo cobraba el Concejo, entregándoselo a éste.

     – Los Arbitrios del Común, que grababan la carne de carneros y machos que se consumían en la Villa, quedándose con un cuarto de cada libra de carne. El impuesto lo tenía arrendado el Común, recibiendo anualmente 500 reales. 

El Común, además de los impuestos antes comentados, se nutría del arrendamiento de sus propias tierras de labor, eras de pan trillar, alameda y de los pastos y leña de las tierras comunales, que, en total, le suponían unos 3.000 reales anuales. Sobre estos estaban los arrendamientos de edificios, el mesón, la carnicería y la bodega o tercia, que le suponían, en total, unos 2.300 reales al año.

Dado su posible interés histórico local, se incluyen los gastos del Común que el Escribano de la Villa declara en el Catastro para 1751:

     – 204 reales de vellón, cada dos años, para fiestas (San Sebastián, Fiesta de la Vendimia, San Isidro,…)

     – 30 reales para los Santos Lugares de Jerusalen, que cobraba la Iglesia

     – 66 reales al Cura Propio y 38 al Sacristán por derechos de Letanías y Votos de la Villa, además de 40 reales por el Sermón de Semana Santa

     – 156 reales para dos regalos que se hacen al Señor de la Villa, aparte de los impuestos y tercias que recibe, consistentes en corderos y gallinas que se le dan por San Isidro y Navidad.

     – Unos 200 reales al año para reparaciones en las Casas Consistoriales, Tercia y fuentes

     – 44 reales al año al Comisario de Bullas.

     – 41 fanegas de trigo anuales para el Guarda de los ganados de la Villa.

     – 300 reales al año, incluyendo papel, al Escribano de la Villa.

     – 90 reales al año por las Cuentas del Común, que se reparten los Alcaldes, Regidores, Contadores y Escribano.

     – 42 fanegas de trigo al año al Herrero

     – 2 fanegas de trigo al año al que porta la Cruz en las procesiones.

     – 136 reales cada 4 años por encabezamiento de Derechos Reales, Reales Salinas, escrituras, tomas de razón y otorgamiento de poderes.

     – 33 reales al año a la Iglesia por la cera que se gasta en las funciones de la Villa.

Además de los gastos corrientes anteriores, el Común debía abonar, cada año, las Cargas de Justicia y los Censos, préstamos que tenían como quita, o garantía, la Dehesa,

     – 33 reales al año que se dan a la Fábrica de la Iglesia por un Censo de 100 ducados.

     – 44 reales al año al Cabildo de San Pedro de la Villa de Horche, por un Censo de 1.485 reales.

     – 150 reales al año que se gastan en Soldados y Veredas

     – 44 reales por hacer la Mojonera del término

Sobre los anteriores, se pagan los servicios ordinarios y extraordinarios del Común, abonados a la Ciudad de Guadalajara,

     – 636 reales de vellón a Su Majestad el Rey

     – 2.672 reales por Sisas

     – 1.236 reales por razón de Cientos y Millares

     – 324 reales por Cuarteles

     – 35 reales por Penas de Cámara y gastos de Justicia.

Como curiosidad, de lo relatado en el Catastro, el Capitular del Concejo estaba formado por los 2 Alcaldes ordinarios, 2 Regidores, 2 Diputados a Cortes, un Alcalde de Hermandad, un Procurador Síndico y el Escribano del Ayuntamiento.

La época del Clasicismo

Esta época reuniría el periodo comprendido entre 1750 y 1820. Mientras que su primera parte, la correspondiente al siglo XVIII, se puede considerar un periodo de cierta estabilidad para el país, mientras que la integrada en el siglo XIX, al igual que todo el conjunto de este siglo, se va a convertir en una época convulsa, con una fuerte inestabilidad política, social y incluso económica, la irrupción de las ideas liberales y el inicio del proceso de industrialización del país.

Este final del periodo va a traer los acontecimientos más reseñables y convulsos de la época, la interrupción de la monarquía española, la invasión francesa de la península, la primera Constitución liberal, otorgada por las Cortes en Cádiz, en 1812, y la posterior restauración de la monarquía, con un carácter fuertemente absolutista.

Cabe comentar que, de lo investigado, la invasión francesa y la posterior guerra de Independencia apenas tuvo incidencia en Pioz. La disposición de un fuerte destacamento de soldados franceses en Guadalajara atenuó las incursiones de la guerrilla y las luchas en los pueblos del entorno. No obstante la provincia fue un territorio de incursiones permanente de las guerrillas del Empecinado, uno de cuyos lugartenientes, José Mondedeu, que llegó a ser coronel del ejército español, se estableció y caso en Aranzueque, donde murió. Como curiosidad, tuvo solo dos nietas, una se casó en Pioz y otra en el Pozo de Guadalajara, residiendo en la actualidad descendientes de éste.

Desde Joseph de la Cerda y Gómez de Ciudad Real no se han encontrado referencias a los sucesores en el Señorío de Pioz, que se desconocen hasta la última persona que ostentó el título, Vicenta de la Cerda y Oña, que falleció en 1840 sin descendencia.

No obstante, en los años finales de esta última Señora de Pioz ya estaban altamente cuestionados los Mayorazgos y Señoríos por las ideas liberales, como una formula decadente del antiguo feudalismo. De hecho, las Cortes de Cádiz, el 18 de marzo de 1812 ya dictaminaron la supresión de los Señoríos, eliminándose los Mayorazgos mediante Real Decreto de 11 de septiembre de 1820, que hubo que reiterar tras la restauración del absolutismo por Fernando VII.

Estas leyes encuadran y conducen a todo un proceso desamortizador de bienes religiosos y nobiliarios, iniciada por Mendizabal, de 1836, con los eclesiásticos de las órdenes religiosas, al que se sumó el golpe final dado por las Cortes, en 1841, al declarar nacionales, y en venta, todos los bienes de la Fábrica de la Iglesia y Cofradías religiosas, incluyendo el clero catedral, colegial y parroquial, y solo exceptuando a los correspondientes a hospitales, beneficencia, instrucción pública, cementerios y casas de prelados, y finalizada con la desamortización y desvinculación de las propiedades nobiliarias, llevada a cabo por Madoz en 1855.

De esta forma, la muerte de la última propietaria no supone el punto de desaparición del Señorío y Mayorazgo de Pioz, este ya estaba disuelto por la propia legislación y las tendencias de la época.

Cronista Oficial de Pioz: César Gómez Fraguas
Fernando III, rey de León y de Castilla, según una miniatura del tumbo A de la Catedral de Santiago de Compostela.
Distribución de las comunidades de la villa y tierra de la actual provicia de Guadalajara en el siglo XII d.C.
Retrato de Don Pedro González de Mendoza, el Cardenal Mendoza, rodeado de obispos, según una obra de Juan Rodríguez de Segovia, Maestro de los Luna , fechada en el año 1484

La Iglesia de San Sebastián

Iglesia de San Sebastián

Se trata de un interesante edificio cuya fábrica muestra las sucesivas ampliaciones y modificaciones sufridas por el mismo a lo largo de los siglos cuyos elementos más característicos son el ábside semicircular y la achatada y recia torre, siendo sus primeras referencias históricas las que figuran recogidas en la ya citada Relación del reinado de Felipe II en cuyo capítulo 38 se señala que: 

A los treinta y ocho Capitulos dixeron que en esta Villa no hay Yglesia Catedral mas de una Parroquia, que se dize San Sebastian, por ser su bocazión, y lo demás que no las hay en esta Villa.

Perteneciente al Arzobispado de Toledo cuyos señores Arzobispo y Canónigos percibían los diezmos, al igual que el Arcediano de Guadalajara de quien dependía.

Construida en piedra de sillarejo y ladrillo cocido, presenta nave rectangular con la torre a sus pies y crucero cuadrado sobre elevado que se cierra en un ábside semicircular, habiéndose adosado a ambos lados diversas capillas y dependencias, sacristía, baptisterio y un atrio cubierto que han alterado su fisonomía.

A destacar el ábside, posiblemente el elemento más antiguo del edificio, levantado con piedra de sillarejo alternado con filas simples de ladrillo cocido, técnica propia de alarifes mudéjares y que proporciona una mayor solidez. El coronamiento está realizado igualmente en ladrillo cocido formando una cenefa en dientes de sierra, mientras que en su parte central se abre una pequeña ventana abocinada hoy cegada, habiéndose abierto otra sin interés en uno de sus laterales.

A la derecha del ábside, sobre una de las capillas adosadas a la nave del templo, destaca una linterna, posiblemente levantada en el año 1906 d.C. con la llegada a la localidad de la imagen de San Donato, patrón de la villa. Respecto a la torre campanario, de un solo cuerpo, planta cuadrada y aberturas en arco de medio punto en cada una de sus caras, llama la atención la gran campana que ocupa una de ellas.

La tan citada Crónica de Felipe II nos descubre en otro de sus capítulos que en aquellos tiempos la villa poseía dos ermitas :

A los quarenta Capitulos dixeron que en esta Villa y su jurisdizion hay dos Herrriitas; la una que se dize nuestra Señora de la Mata, y la otra se dize San Roque, que son debotas y acuden á ellas ciertos pueblos comarcanos en tiempo de necesidad con sus prozesiones.

De las citadas ermitas no se conservan huellas visibles aun cuando en uno de los márgenes de la carretera autonómica CM-2004 una sencilla cruz de piedra recuerda el emplazamiento de una de ellas, posiblemente la dedicada a San Roque.

Fotos y Textos: José María Duchel de Mumbert

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